23 de septiembre de 2009

Primptemps

Mira un momento hacia abajo y descubre que lleva los botines llenos de polvo terroso. No le importa, incluso sonríe y continúa su camino. Llega a un pequeño paraje, un huerto abandonado donde el único habitante es un gran algarrobo de, puede incluso, cientos de años.

Se sienta con cuidado en uno de los tantos nudos del magnifico árbol y inspira un momento el fresco y perfumado viento provenzal de tramontana. Del invierno solo quedan los resquicios fríos del viento, las flores empiezan a florecer de nuevo y los aromas a flotar en el ambiente.

Arrebujándose en su chaqueta de gruesa lana lila y colocándose mejor la bufanda marrón saca el mp4 que lleva en su inseparable bolso de flores de colores explosivos y lo enciende, poniéndose los cascos empieza a sonar un triste sonido de guitarra acompañado por un melancólico piano. Saca el pequeño libro de tapa verde en el que pone Hojas de Hierba y lo abre por una página al azar y empieza a recitar en susurros mientras la dulce voz de George Harrison le canta al oído “forgive me lord,
please, those years when I ignored you”
.

Sí la poesía no se recita, nunca sabes como es su música” le dijo una vez “Hay veces que no entiendes sus palabras, pero la música es algo que se siente, no se comprende”. Es como ella lo siente, no tiene la razón absoluta. Tampoco es que la haya buscado, es humana y le gusta errar de vez en cuando.

El cielo oscurece según el sol se esconde tras las montañas, y el viento cambia, soplando ahora de Migjorn, que viene del sur, arrastrando un poco de calidez. Cierra los ojos y escoge un poema de entre tantos al azar. Es su poema, ese que siempre le arranca una sonrisa tierna, ese poema de esperanza, amor y ambigüedad. Y George a su oído canta “so let out your heart, please, please, from behind that locked door” mientras ella recita con voz alta, pero suave, el declinar de un día y se instala en sus labios esa sonrisa boba y tierna por al cual siempre se ríe él.

- ¿Otra vez leyendo cochinadas?- le pregunta una voz rasposa de piel broncínea, greñas onduladas y ojos negros, mientras soltaba un suspiro al final del poema.

- Las cochinadas las reservo para ti- le contesta, no va a quedarse ella atrás. El se tapa la boca con una mano grande llena de cortecitos. Explota en carcajadas y se levanta apoyándose en el añejo tronco.

- Debería denunciarte por acoso sexual…

- Deberías- le contesta espolsándose el polvo- pero no lo harás.

- ¿Cómo estás tan segura de que no lo haré?

- Lo sé.


La mira de arriba abajo, evaluándola y radiografiándola, con los brazos en jarras

le reta:

-Convénceme.- Ella alza una ceja y sonríe levemente, y se acerca.

Se acerca, se acerca, y va notando el calor que mana de su cuerpo, es un palmo más bajita que él, y más rubia, y más mona, y con los ojos más azules y más espectaculares que haya visto nunca. Frunce los labios como si estuviese un tanto contrariada y le mira fijamente, y es protagonista de una de las caídas de ojos más magnificas de su vida mientras le dice “Entonces tendré que hacerlo”.

Se acerca tanto que sus pechos se rozan y se pone de puntillas. Sus narices se rozan, aún no ha cerrado los ojos, la ve inclinar levemente la cabeza hacía la derecha y cuando sus labios se rozan, cierra los ojos, y cuando su lengua los lame, se estremece y cuando finalmente se besan no puede evitar abrazarla con fuerza contra él. Sentirla, sentir que no es un sueño. La aprieta desde la cintura y ella pasa sus brazos por detrás de su cuello y nota el tacto liso de la tapa del libro en una de sus orejas.

Y con sus besos se deshacen como una vela al sol

Y todo se llena de patchouli y hierbabuena,

Y de destellos dorados y castaños.

De sabor a miel y a menta.

De primavera.


15 de julio de 2009

Good Times Better

- ¡No toques el maldito tocadiscos!- le advierte tumbada desde la cama- Esta canción es cojonuda.

- Ya sabes que no…

- ¿Desde cuando?- los ojos azules de Dagna se clavan en el como dos dagas afiladas- ¿Desde que te enteraste de lo del pardillo ese?

- No empieces… Si quieres que deje la puta canción la dejaré- Stu se sienta en el suelo y se apoya algo bruscamente contra la estantería que se balancea haciendo caer un sujetador a su regazo. Lo coge y se lo lanza a la propietaria que tararea con un cigarrillo en los labios “Stairway to Heaven”. Cuando le golpea en plena cara tirándole la ceniza a la mejilla se levanta enfadada y le lanza con rabia el cigarrillo a él.

- ¿¡Qué coño haces!?

- ¡No! ¿¡Qué coño haces tú!?- se arrodilla en la cama deshecha y le increpa con las mejillas sonrojadas por el cabreo naciente- ¡Me has quemado la puta mejilla!

- Ya será menos- le resta importancia desviando la mirada hacia la ventana.

Así es como no ve que se le viene el maremoto encima. Dagna con las mandíbulas apretadas de pie frente a él y le pega una patada en la espinilla. Este con un rictus de dolor la mira gélidamente.

- Gilipollas.

Sale de la habitación pegando un portazo. Stuart intenta calmarse y coge el cigarrillo abandonado en el suelo. Fuma y su enfado se desvanece con el humo que sale de su boca. No puede, de verdad, que no puede dejar de tener esos arranques “de mama gallina”- como suele burlarse John- cuando se trata de Dagna y sus ligues, de sus polvos con desconocidos en bares de mala muerte. Sabe que es majorcita y puede cuidarse muy bien sola. Más de una vez se lo ha demostrado, pero no puede, y de verdad que lo intenta, pero es imposible no preocuparse por una persona que significa tanto en tu vida.

No, no es amor, por mucho que le repita John. Al menos no ese tipo de amor (romántico dirían algunos). Sino más bien amor de ¿hermanos? Sí, algo así.

“Con el matiz de que a veces folláis Stuart, y eso, en mi pueblo, se llama incesto”

¡Solo pasó una vez! Y ni siquiera han hablado de ello. No tuvo importancia.

“Un calentón, nada más” “¿Nada más?”…¡Sí!”

Entonces la puerta se abrió, de golpe, como si se abriera por la fuerza de un huracán y por ella entra la protagonista de sus pensamientos solo que con una toalla enrollada al cuerpo y el flequillo goteándole por la cara y el cuello.

¿Cuánto tiempo ha estado sumido en sus pensamientos? No lo sabe, la ceniza del cigarro sigue ligado a su cadáver, la colilla, y él lo sigue sosteniendo entre los dedos.

Entonces Dagna observa como mira el cigarrillo y le parece tan cómico que suelta una carcajada, explosiva, y le tiende el cenicero.

- ¿Qué Steewie? ¿Perdido entre tus lentos y densos pensamientos?- le pregunta con burla en el tono. Nota que el enfado ha debido irse con el agua que gotea por su cuerpo, ese cuerpo. Al igual que el suyo se ha esfumado con el humo del cigarrillo.

- Más bien...

- Pensar tanto no debe ser bueno para tu libido.

- ¿Cómo llegas a esa conclusión?-Stu alza una ceja y Dagna se sienta en la cama, se enciende un cigarro y mientras expulsa el humo le suelta:

- Porque piensas mucho y follas poco…

Stu frunce el ceño y Dagna sonríe de medio lado, muy felina, muy ella. Suena “Black Dog” y en ese momento sabe que, de alguna forma, Led Zeppelin se ha inspirado en la perra negra que tiene delante. Esa que se fuma un cigarro mientras le caen gotas por el cuello y se pierden en la toalla desgastada, estirada en la cama deshecha de sábanas más que sudadas por muchos, muchos, hombres…

Pero no podría estar tan en desacuerdo con el final:


“Need a woman gonna hold my hand
tell me no lies, make me a happy man”


Stuart no quiere, no desea,

A otra tía en su vida.



21 de junio de 2009

Never before


Se ha bebido algunas cervezas, bueno, bastantes cervezas como para no saber exactamente que hace, algún que otro whisky como para olvidarse de pensar. ¿Qué es eso? No sabe quien le acompaña hasta la habitación que tiene alquilada, de verdad no tiene ni idea. Solo se acuerda que le invitó a una cerveza en uno de los tantos bares que frecuenta de vez en cuando en esas noches que se siente- mierda de vida- demasiado sola. Y ahí están devorándose con la boca mientras ella de espalada trata de abrir la puerta de su habitación sin torcerse la muñeca, aunque eso no le importa mucho, ahora.

Logran entrar y tropiezan con toda la mierda- ropa, botas y libros- que hay tirados por el suelo del cuchitril aquel. Huele demasiado a sucio y a cerrado, incluso a rancio, pero ahora da igual. Se chocan contra la estantería- llena de libros y papeles arrugados- y ella le besa con brusquedad, puede que con demasiada violencia. En un momento él se queja.

- ¿Qué coño esperas?- le pregunta algo desagradable, algo mordaz añade- Esto no es precisamente delicado.

Sin más arremete con la lengua, se la pasa lentamente por el paladar para después separarse y morderle los labios con fuerza, algo desmedida. Le coge de la chaqueta y le empuja ciegamente hacia la cama donde cae de culo. Se sienta encima, sin darle tiempo a reaccionar y comienza a desvestirle con rapidez. Necesita, le urge, explotar ya. Ya.

No sabe como llegan a la situación en que están los dos arrodillados, ella pegada la pared, donde debiera estar el cabecero, él frente suya. La saliva se entremezcla con hilillos de sangre que manan de ambos labios por la fuerza de los besos. Los dientes entrechocan, no existe coordinación ninguna, ni compás, solo un ritmo febril que cada uno marca como le gusta. Él intenta ir más despacio, pero ella no le deja, impone su ritmo brusco y violento. Caliente y muy, muy húmedo.

Ella le abraza por la espalda, le clava los dedos y las uñas mientras le sube la camiseta de Led Zeppelin que se le atasca con las gafas- ¿llevaba gafas?-, cuando logran sacarle la cabeza jadea con más insistencia, con los rizos cortos y rubios alborotados y los ojos miopes desenfocados. Se tumban y una mano resbala por un vientre blanco metiéndose bajo la ropa, acariciando algo muy distinto a lo que tiene. Se acarician mutuamente fuertemente, al mismo tiempo que no dejan de morderse y frotarse la una contra el otro. Se quitan los pantalones, él lleva calzoncillos, ella no tenía bragas limpias que ponerse. En un momento en que sus bocas dejan de devorarse con dientes, saliva y sangre, ella enreda una mano en sus rizos rubios y la mantiene apartada de su propia cara, la otra mano le acaricia, ahora si, con demasiada lentitud para el joven que boquea con más frecuencia. Acerca su boca a su oreja que lame y luego susurra “en el cajón están nene…” No hace falta más.

Sacándosela del calzoncillo ella se lo pone, mientras él mira como lo hace- en una posición un tanto incomoda para el cuello- luego ve, como después de deslizárselo se acaricia ella misma, paseando sus dedos entre sus piernas.

- Resbalo…-le susurra con un tono demasiado pornográfico, demasiado erótico, demasiado todo. El gime con solo oírlo.

No esperan más, porque ella no le deja esperar más. Le atrae con su mano y le abraza con las piernas, notas las hebillas de las botas rozar su espalda sudorosa. Empuja, embiste y ya no puede pretender llevar un ritmo más lento. Ella no le deja. El ya no lo intenta. No quiere.

- Dag…na…- jadea su nombre- ¿así se llamaba ella?- a su oído mientras arremete con fuerza y sus caderas chocan demasiado fuerte y ella emite un quejido, entre dolor y placer.

Incluso estando en posición pasiva, es ella la que lleva el ritmo delirante, la fuerza, la violencia, quiere venirse ya. Lo quería hace minutos y ahora lo necesita.

Explotan, se gritan improperios y palabras calientes mientras se corren.

Cuando todo se calma, el intenta besarla pero ella aparta la cara y le empuja para que se aparte porque es ahora- cuando después del orgasmo se le ha bajado el pedo- cuando nota el peso encima de ella. Saca un paquete de cigarros del cajón, al lado de los condones, y se enciende uno. Entre las volutas de humo ve como el chico que ha subido empieza a vestirse mientras le dice algo de si se volverán a ver o si podrían repetirlo o si bla-bla-bla. No le hace ni puto caso. No le interesa que coño quiera hacer el tío ese, pues se está perdiendo en sus pensamiento, en sus reflexiones.

Nunca ha dejado que un tío la besara después de follar. Nunca. ¿Nunca?

Oh, joder…


13 de abril de 2009

Roll up... an' run bitch!

Está lloviendo. A fuera. En la calle. Las gotas golpean furiosas el cristal de la ventana casi opaca de uno de los tantos baretos de mala muerte de la ciudad, Solo apto para rockeros y canallas sin escrúpulos ni miedo. Puede que para las dos cosas juntas. Cuando la puerta se abre violentamente y salen corriendo tres personas jóvenes y detrás de ellos varias con navajas en las manos y melenas encrespadas que corren tras ellos.

Siente que el corazón debe estar muy cerca del cerebro, le duelen los pulmones del esfuerzo, todos los miembros está entumecidos del esfuerzo y está, total y absolutamente mojada, empapada, de arriba abajo y en todas direcciones. Cree que cuando paren va a vomitar hasta lo que comió la semana pasada. Pero ¡joder le encanta! El subidón de adrenalina es…acojonante.
Se esconde en uno de los portales de las fincas de mala muerte, ve pasar de largo a John, que se la trae muy, pero que muy floja. Cosa que no pasa al revés, más bien ella se la pone dura a John. Pero no es el caso.

Aquellos tipos les alcanzan, la visión es dificultosa a causa de la fuerte lluvia. Nota que en cualquier momento sus músculos van a decir basta y se va a desplomar en la fría, mojada y sucia acera para después recibir la paliza de su vida. ¡La madre que los parió a los dos!
Cuando presiente que está en su límite unas manos le atraen y se choca contra una figura que le tapa con la mano la boca y le insta entre dientes a que cierre
-…la puta boca.
No puede ver bien, las gotas entre las pestañas le emborronan la vista, pero reconocería esa voz entre miles de personas.
- ¿Ya se han ido?
- Eso creo…- supone ella.
- ¡Joder Kohlheim! ¡Joder!- se separa y se apoya en el otro lado para intentar llenar sus pulmones.
“Después de esta puta carrera lo necesito”. Pero cuando se limpia los ojos con el dorso de la mano y mira directamente a Dagna se da cuenta que es imposible normalizar la respiración teniendo esa vista frente a él.
Mojada de arriba abajo, la camisa negra se le pega al pecho que se mueve bruscamente a causa de la acelerada respiración, el pelo se le pega a la cara y se ha quitado la chaqueta de cuero que ha intentado guardar en la carrera bajo la camisa.
No oye nada, enserio que no lo hace, no está borracho ni colocado, pero no oye nada. Debe ser el agua que le ha taponado los oídos o la visión de Dagna con la ropa pegada al cuerpo resaltando cada curva, cada puta curva de su increíble cuerpo. Ni siquiera se da cuenta realmente de que ella está haciendo gestos bastante violentos y que frunce el ceño. No al menos hasta que…
- ¡Reacciona, joder!- … le da tal ostia que tiene que volver al mundo por sus cojones. No sea que a Dagna se le ocurra dirigir la mano hacia su más preciada parte.- ¿Puedes dejar de babear y de mirarme las tetas durante unos segundos?
- Sinceramente, no lo sé.
- Sólo inténtalo, ¿vale?- le dice con un tono muy irónico, haciendo esa mueca irónica suya.
- ¿Dónde cojones está John?- Stuart se da cuenta de que realmente no hay rastro de su amigo.
- ¿Realmente crees que me importa una mierda Stuart?
- Es mi amigo, ¿sabes?
- Sí, ya.
Se hace el silencio entre ellos. Dagna bufa y se pone la chaqueta de cuero y cruza los brazos, acentuando más los pechos. Pero, por supuesto, sin darse cuenta. Aunque Stuart si lo hace.
- Supongo que habrá ido a…
- Sí, supongo.- silencio- Será mejor que vayamos a por él…
Dagna se pone la chaqueta encima de la cabeza y le suelta:
- No.- Con toda su cara dura y sinvergüenza. Sabe que es su amigo, pero, para desgracia de Stu, sabe que ella es la primera en todo lo que concierne a su jodida, y tan jodida vida.- Vayámonos al ático, después de esto necesito maría.
A Dagna le brilla la mirada y eso es peligroso. Sin más echa a correr por donde han venido y Stuart le sigue de cerca. Siempre de cerca. Cuando mas cerca mucho mejor. Si puede ser tan cerca como aquella vez que acabaron follando escuchando su canción.
Pero cuando están los dos de maría hasta las cejas berreando alguna canción del disco de los Rolling Stones que le han birlado a aquellos tíos corpulentos y melenudos que les perseguían, después de que ella se lo sacara de los vaqueros. Stu no se acuerda de John porque Dagna se ríe como una loca sobre sus piernas, porque sus pechos se mueven al compás, porque no lleva sujetador, porque es todo humo a su alrededor, porque es todo tan jodidamente perfecto, que no puede ser de otra forma.
Él, Dagna, las drogas, las risas, la lluvia y el disco de vinilo dando vueltas,
y vueltas, y vueltas, y vueltas, y vueltas, y vueltas y vueltas…
Hasta que todo da
vueltas con él.





27 de marzo de 2009

I look at you all in Strawberry fields




Cierra los ojos. Le escuecen. Le da vueltas la cabeza y cree que si da una calada más podrá ver las paredes derretirse. Suena “Strawberry Fields” y parece que todo el cosmos se ha puesto de acuerdo. Oye, cree oír, como su compañero le increpa si puede… -…soltar el porro de una puta vez, Dagna.
Lo oye entre las brumas de su mente, dentro de su casi inconsciencia psicodélica. Y cree que puede intentar despegar sus dedos del canuto.
Dagna, Dagna Kohlheim, se llama ella- para más señas- estudiante alemana de arte en una escuela inglesa de arte de no-se-acuerda-dónde. “Y ahora mismo lo que más me importa es que las paredes dejen de retorcerse y cambiar de color”. Piensa, medita que la mierda que ha traído Stu es demasiado fuerte. Muy, muy, muy fuerte.
Siente que se retuerce con las paredes, que le ahoga el ambiente y necesita, realmente necesita quitarse la cazadora de cuero. Aunque en aquel ruinoso ático los cristales de las ventanas estén rotos y haga un frío de 3 grados como mucho. Siente que si no se deshace de ella va a asfixiarse.
- ¿Stu?
Pasan unos minutos, y no ha recibido respuesta. Intenta enfocarlo con su mirada cobalto y al final lo consigue, cuando Stuart le da la última calada y responde con la voz ronca y ligeramente pastosa, como si se acabara de levantar para ir a la escuela.
- ¿Aja?
Entonces Stu la mira directamente a los ojos. La ve, con el flequillo mojado de sudor, la camisa negra abierta hasta el canalillo, las mangas remangadas y el primer botón del vaquero abierto, enseñando el ombligo. Los ojos le brillan y tiene las mejillas enarboladas. Está sexy, y no es que antes no lo fuera.
- Estoy muy caliente, Stu…
Le murmura con la voz ligeramente ronca, con ese fuerte acento alemán y esa cadenciosa y sexual manera de hablar. De nuevo mira al frente y cierra los ojos dejando escapar algo entre un jadeo y un suspiro fuerte. Stuart se siente como si hubiese metido los dedos en un enchufe, como hizo una vez de pequeño. Electrizantemente electrizado.
- …¿De dónde coño sacaste esta mierda?
- Amigos de John…
- Ya.
- Sí.
Se sumen en silencio, cada uno con su mente en su mundo, y suena “While my guitar gentil weeps”.
- ¡George es Dios!
Grita, levantándose bruscamente, tan bruscamente que oscila atrás y adelante, pero mantiene el equilibrio como bien puede: apoyándose en una de las vigas caídas del mugroso ático donde escapan de la realidad y pasan las horas muertas, porque no tienen otro puto lugar donde dejarse caer. No al menos desde que les echaron del último bareto por “violentos”. Todo hay que decirlo, la violencia era cosa de Kohlheim. Sin ton ni son empieza a berrear la canción, levantando los brazos y moviéndolos.

Stu solo ríe y le da un trago a la cerveza olvidada a su izquierda. La observa mientras se mueve, lo que a él le parece sinuosamente. En el solo de guitarra gira perdiendo el equilibrio y cae de rodillas sobre las piernas de Stuart. Y le canta juntando sus frentes:
“I look at you all see the love there that's sleeping,
while my guitar gently weeps”

Y se cantan, rozándose las narices:
“I then look at you all,
still my guitar gently weeps.”

Y es en ese último solo de guitarra cuando juntan los labios. En un beso profundo que sabe a marihuana, a cerveza y a calor, mucho, muchísimo calor… Se oye el sonido de la aguja de fondo, las canciones del vinilo se han acabado. Nadie se da cuenta, ellos no se dan cuenta.
Dagna siente que Stu tiene que tener también mucho calor, porque ella se quema, dentro de unos segundos arderá espontáneamente como no se quite algo más. Nota las callosas manos de Stu en su cintura, colándose por la cinturilla de sus vaqueros y con sus propias manos le insta a subirlas y deshacerse de su camisa. Ayuda a Stu a quitarse la chaqueta y su propia camisa.
Cuando le ve se le hace la boca agua, despeinado y con la respiración alterada, le besa. No puede evitarlo, de la manera más profunda, quiere llegar a su corazón con la lengua si es precioso. Lamerle de arriba a bajo. Les corre saliva por la barbilla y no podría importarle menos.
Stu se siente como si fuera un animal. Tiene hambre y Dagna parece ser su presa. Se retuerce entre sus brazos, sentada encima de él. Se fricciona contra sus pantalones, frota sus senos contra su pecho, le araña la nuca y la espalda, le tira del pelo, le muerde la barbilla y lame todo el cuello y ahora cree que sabe que sentía Dagna porque el debe tener también fiebre, porque es una bomba a presión a una temperatura muy alta y, definitivamente él también está muy caliente.

Rompe el beso repentinamente, y Stu siente como si cayese… Siente terror en unos segundos pero Dagna le guiña un ojo, se levanta y tira de su muñeca hasta que están los dos de pie.
- Así no hay quien se quite los jodidos pantalones…
Le agarra de la cinturilla, le desabrocha el cinturón, lo lanza lejos, le desabrocha los primeros botones del pantalón y revela el vello oscuro que se pierde en esa parte “tan importante de los tíos, si Steewie porqué es para lo único que servís”. La ve agacharse y le lame desde el ombligo hasta donde el pantalón le permite. Stu no puede evitar jadear más fuerte de lo que desearía. Enlaza sus ojos grises con los azules de su colega mientras oh dios le baja la cremallera y le lame por encima de los calzoncillos antes de que con un tirón violento acabe todo enredado en sus tobillos y él dentro de esa cadenciosa y ardiente boca.
No deja de mirarle a los ojos, que sonríen con una pizca de malicia y mucha burla.
Y él no puede hacer otra cosa que tirar la cabeza hacía atrás y intentar gemir lo menos posible mientras esa lengua, esa maldita y pervertida lengua, le sigue haciendo esas maravillosas cosas que a saber en que puto antro alemán ha aprendido a hacerlo. Pero en ese momento, cuando se viene en la boca de su compañera, embistiendo por la fuerza del orgasmo, no le puede importar menos. No en ese momento donde los colores desaparecen y solo hay blanco. Explosivo y cegador blanco. No le importa una mierda.

Siente la última lamida y intenta normalizar su respiración. Dagna se irgue en todo su metro sesenta y seis y le mete la lengua hasta la campanilla. Nota su sabor y no le asquea. Intenta no perder una batalla que sabía que desde el principio lo estaba.
- Creo que ahora me toca a mí, ¿no?
Le empuja, cae de culo y su cabeza se golpea contra la pared. A Dagna no puede importarle nada menos en ese momento. Si tiene una hemorragia cerebral en ese momento ¡qué se joda y espere! Ahora le toca a ella aliviarse a consciencia… Mientras piensa esto se deshace de sus pantalones y camina desnuda, con los botines únicamente puesto, hacía el vinilo.
- Quiero follar contigo mientras suena nuestra canción.- se lo confiesa.
Canta mientras se acerca, y Stu no puede evitar sentirse duro de nuevo, solo con la visión de Dagna frente a él, desnuda, perfecta, sexual, y pornográficamente apetecible con sus botines puestos y su sonrisa malintencionada.
Sin aviso se sienta en su regazo y le devora con la boca. Stu no lo aguanta más y le gruñe mientras ella pasea su caliente lengua por la barbilla:
- Pásame tus pantalones…
- ¿Para que coño quieres ahora mis pantalones?
- Los llevas ahí ¿no?
Su ceja se alza, se le nota que empieza a mosquearse.
- No querrás que te haga un bombo ¿no? Aún no siento tu instinto maternal latente.
Ella estalla en carcajadas. Vibra toda ella y todo él.
- ¿Qué coño es eso?- se acerca a gatas hasta ellos y saca un preservativo, profiláctico, condón, goma o como coño quiera la gente llamarlo y sin esperar a que Stu se lo diga rompe el envoltorio con los dientes y se lo pone.
- ¿Preparado para el mejor polvo de su vida, Stuart?- le pregunta tragando saliva cuando él le contesta con el primer movimiento de cadera ya dentro suya.
A partir de ese punto todo se vuelve como al principio, solo que más sucio y más vivo. “While my guitar gentil weeps” no deja de sonar en el ático, su melodía y la voz de George Harrison rebota en las paredes ajadas acompañadas por los jadeos y gemidos de los dos jóvenes. Tienen veinte años y se sienten llenos de vida.
Sudan y hace calor aun cuando la temperatura en el exterior ha bajado a un grado. Es invierno pero ellos deben estar en algún tipo de selva tropical porque sienten que se ahogan y necesitan más aire, más lengua, más manos, más de todo, cuando en realidad no saben lo que necesitan. Tampoco es que les importe mucho, se necesitan el uno al otro mientras gimen, penetran, se arañan, se aprietan, se acarician, se lamen, se chupan, se comen… Saben que están a punto y Dagna le susurra a Stu entrecortadamente “Still my guitar gentil weeps” antes de tocar el cielo con las puntas de los dedos. Él echa la cabeza hacia atrás y se pega contra la pared, ella cierra fuertemente los ojos. Cada músculo de su cuerpo se tensa para luego temblar, y sentir que se deshacen… Dagna piensa que finalmente se derrite con las paredes, encima de ese maravilloso chico que conoció cuando entro en la Escuela de Arte y con el que en dos años a compartido mucho más que con cualquiera.
Se besan lentamente, incluso tiernamente, laxos en los brazos del otro. Las lenguas se deslizan cansadas dentro de la boca del otro.
No saben si es el efecto del alcohol, del porro, del polvo, de todo junto o de cualquier otra cosa, pero les parece que el cielo nublado de Liverpool resplandece con más fuerza.
En realidad no sabrán nunca porqué les pareció así en ese momento.
Pero sintieron que el mundo era un sitio mejor.
Mucho mejor.

Dusk von Winters.
Andrea Roca Falcón.

21 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa V

- Señora, el carruaje os espera- informó.
La joven platina hizo un ademán con la mano que significaba que lo había oído. Dos de sus sirvientas estaban acabando de vestirla y un sirviente junto con el hombre que le había anunciado que el carruaje esperaba, cargaban con él sus ropas y objetos personales que se llevaría con ella. Una sirvienta jovencita le colocaba la gargantilla mientras Madonna, la vieja mujer, llorosa acordonaba entre hipidos el corpiño de su señora.
- Puedes marcharte- ordenó a la sirvienta más joven cuando acabo de ponerle la gargantilla.
- -Si señora, que tenga un buen viaje- se inclinó y se fue. La mujer mayor acabo también de acordonar el corpiño, pero se quedó con la cabeza gacha y la mirada perdida en el lazo del cordón que acababa de hacer.
- Madonna no te aflijas- ésta al oír las palabras de sus señora no pudo aguantar el llanto más y lloró entre hipidos y grititos, cayendo de rodillas al suelo y cogiendo fuertemente la falda de la Condesa.- ¡Por favor Madonna, basta ya!- espetó- ¡Levántate del suelo! ¡Basta!- furiosa hizo un brusco movimiento hacia atrás haciendo que la sirvienta dejara de tocar la falda y se llevara las manos a la cara, con vergüenza.
- Mí señora, por favor- la miró a los ojos y se arrastró aun de rodillas, la condesa la miró enojada- nos va a abandonar para siempre… ¡A mí que la he visto crecer!- los ojos argentes la miraron con compasión y acuclillándose a su lado le dijo:
- Tranquilízate Madonna- está la miró cuando aun corrían lágrimas por su rostro- Y te pido, per favore, que cuides de padre en mi ausencia…
La noble se levantó.
- Claro señora, no dejaré que le ocurra nada.
- Solo en ti puedo confiar, Madonna- con una leve sonrisa se despidió dirigiéndose hacia fuera del que había sido su dormitorio durante 22 largos años. Su refugio plagado de recuerdos. Las paredes que habían conocido su amor prohibido- Adiós. Que Dios esté contigo.- se marchó.

9 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa IV

La mansión estaba más silenciosa de lo normal.
Daniella y otra mujer se encontraban recogiendo, limpiando y adecentando la salita privada de su señora. Mientras Daniella recogía los libros apilados encima de la mesita de té de la Condesa y la otra mujer estaba intentado quitar los pegotes de cera de la repisa de la chimenea dorada, oyeron un estruendo que salía del dormitorio de la Condesa, ya que la puerta estaba entreabierta. De repente salió la joven a medio vestir.
- ¡Marchaos las dos!- ordenó barriéndolas con una mirada fría- ¡Deseo estar sola!
Después de esto se dejó caer en el diván y miró de nuevo a las jóvenes.
- ¿A qué esperáis?- dijo suavemente con un timbre que no presagiaba nada bueno.
Ambas se inclinaron y Daniella cruzó su mirada fugazmente con la de la Condesa.

Al cabo de unos minutos, de vuelta, Daniella cerró tras ella las puertas con suavidad. Escudriñó el interior de la habitación, pero no vio rastro de la joven platina. Desde ahí se podía ver con claridad el diván que había quedado vacío. Recorrió con su mirada la salita que estaba igual a como la habían dejado ella y Madonna- la otra sirvienta-, con la excepción de una vasija de plata bruñida que estaba tirada en el suelo con marcas de tacón y un jarrón de porcelana fina en azules y verdes, regalo de su padre de cuando fue de viaje a España, estaba hecho trizas en el suelo. De repente Daniella oyó el ruido del cristal al romperse que salió del dormitorio. Con el corazón en un puño, corrió hacía la cámara y abrió la puerta.
- ¿Qué…?- sus ojos se abrieron de par en par al comprobar el estado del dormitorio de la noble.
Por el suelo habían esparcidos montones de papeles y lienzos, el caballete tirado en el suelo, pinceles y oleos- que cargaban el ambiente con un olor fuerte- las plumas de las almohadas volaban por la habitación, un dosel colgaba rozando el suelo y el maravilloso espejo de cuerpo entero estaba hecho añicos, algunos trozos aun pendían amenazantes y sentada con el puño sangrante estaba la implacable condesa en ropa interior, con la cabeza gacha y temblando imperceptiblemente.
- Daniella…- murmuró entre las hebras platinadas.
Daniella cerró la puerta tras ella y se acercó hacía Cordelia, se quedó de pie junto a ella. Expectante. La platina enlazó su mirada dura con la chocolate de la joven sirvienta. Los surcos de lágrimas manchaban la pálida piel de la cara, ésta no pudiendo soportar por más tiempo el contacto visual, bajó de nuevo la mirada, apretó los puños y un sollozo rabioso escapó de su interior. Daniella por fin reaccionó, se arrodillo junto a ella y la tomó en sus brazos. Abrazándola fuertemente, acariciando su blanco cabello, mientras sentía sus compulsiones. Daniella lloró con ella, sintió su dolor y rabia.

Transcurrieron los minutos que se convirtieron en horas. Cordelia levantó la cabeza encontrándose con una Daniella llorosa. La noble sonrió imperceptiblemente.
- Tranquila- le besó dulcemente los labios- la que alberga rabia soy yo ¿eh?
- Idiota- la empujó flojamente. Cordelia para no caer hacía atrás se apoyó con las manos en el suelo y su cara se desencajó en una mueca de dolor.
- Déjame ver tu mano- Daniella cogió la herida mano de su amante y la examinó. Varios rasguños y un corte limpio en uno de los costados.


- No era nada-replicó la platina, mientras sentadas en la cama Daniella le vendaba la mano, después de limpiar las heridas.
- ¿Qué te ocurría?-preguntó de repente, aun vendando con cuidado la mano pálida de la noble.- ¿Qué te ocurría amor?-insistió por el silencio de Cordelia.
- ¡Odio a ese hombre!-soltó. Daniella se tensó pero no dejo de vendar con sumo cuidado la mano herida. El silencio de ésta invitó a Cordelia a proseguir.- Mi padre, a partir de mi suplica, ha intentado poner miles de obstáculos para poder deshacerse de él. Pero todo cuanto le pedí a mi padre, todas las condiciones que le puse, pensando que así ese hombre me tacharía de soberbia e ingrata y todo pensamiento de contraer nupcias conmigo se iría de su mente. A fracasado estrepitosamente…- bufó. Daniella terminó de vendarla pero no apartó los ojos de la mano, ya que se le estaban humedeciendo y no quería que Cordelia lo viese, tenía que ser fuerte. Se iba a casar con un noble de Nápoles, el Duque no-se-qué, protegido del rey Carlos III. No la vería más, pero su corazón estaría siempre con ella.- Pero aun que vaya a pertenecer a ojos de Dios a ese noble, al menos podré disfrutar de ciertos placeres: una biblioteca y cámara privada…- miró de reojo a la joven castaña que seguía mirando su mano intentando esconder sus lágrimas, Cordelia sonrió de medio lado- y, lo más deseado por mi. Que mi bella camarera venga conmigo siempre…- Daniella sollozó y sonrió ampliamente. Levantó la cabeza y le besó, le besó expresando todo el amor que había dentro de ella y descargó todo el miedo acumulado.
Ya nada le separaría. Ni el mismísimo ministro de Dios.

24 de febrero de 2009

La Camarera de la Condesa III

Estaban las dos tumbadas en la amplia cama de pilares ensortijados de madera pintada en oro, los doseles blanquecinos caían y se mecían con la suave brisa que entraba desde la ventana entreabierta. Los rayos crepusculares del Sol bañaban los dos cuerpos enredados. El espejo les devolvía esa imagen idealizada.
Unos delicados y largos dedos acariciaban la suave piel de la nuca de Daniella, que escondía su rostro en el pálido cuello de la condesa. Cordelia sentía el aliento de ésta chocar contra su sensible piel. Estaban en silencio, solo oyendo sus respiraciones, cada una ensimismada en sus pensamientos. Al cabo de unos minutos la pregunta que rondaba por su cabeza y exprimía su corazón salió trémulamente de sus rojos labios…

- Me han llegado rumores y…- hubo un pequeño silencio- Te vas a casar ¿verdad?- su voz sonó angustiada y acusadora. Cordelia lo detectó y cesó su caricia, dejo caer su brazo sobre el mullido colchón y con la otra mano se frotó los ojos.
- Sabes que debo hacerlo- recalcó la palabra “debo”. Con un tono indiferente continuó- Me casaré el 20 de Septiembre con él.
Daniella suspiró trémulamente mientras separaba su cuerpo del de la joven condesa y se sentaba en la cama. Cordelia parecía inmutable, pero en su fuero interno odio la ausencia del calor del cuerpo hasta hace unos momentos enredado en el suyo y esperó paciente las palabras de la castaña.
- Dios me está castigando…- murmuró para ella, aun así la joven condesa escuchó sus palabras- ¿Por qué Cordelia?- preguntó enfrentado su mirada chocolate acuosa con la helada mirada de argente- ¡Dijiste que me amabas!- acusó.
- ¿Acaso lo dudas?- inquirió la platina, una vez sentada sobre la cama.
- ¡Por supuesto que lo dudo!- contestó enojada Daniella - Obviamente lo dudo ¡Vas a casarte con un hombre!
- Y ¿Qué quieres que haga?- bufó irritada y volvió la vista hacía la ventana- ¡Tengo que casarme por obligación, ¿sabes?! ¡Tengo que mantener mi linaje al precio que sea! pero ¿Qué va a entender una plebeya como tú de esto?
- Ah, ahora soy una plebeya, ¿no? La camarera y sirviente de la Condesa…- dijo muy dolida.
- No quería decir eso…
- ¡Claro que querías!- gritó la castaña tirando de la sábana para cubrirse el desnudo cuerpo. Las lágrimas se derramaban con libertad por sus sonrojadas mejillas.- Al fin y al cabo es lo que soy: La vasalla de la Condesa, una vasalla estúpida que se creyó las palabras de su señora y se enamoró de ella perdidamente.
Cordelia abrió la boca para decir algo.
-¡No me interrumpas!- cortó- Una vasalla que creyó que dentro de estas cuatro paredes éramos tan solo Daniella y Cordelia- sus palabras sonaron trémulas y un sollozo le impidió continuar.
- Daniella, yo…
- ¡No! ¡Tú te casarás, me olvidarás, tendrás unos preciosos hijos y Dios- se santiguó- te perdonará! Y ¿yo qué? ¿Sabes qué ocurrirá conmigo? Me quedaré aquí sola, no dejaré de amarte nunca y ¡acabaré en el infierno!- gritó y rompió en llanto- Tú ya no estarás a mi lado- sollozó, tapándose la cara con la sábana.
- Daniella - se acercó a ella y con una sonrisa tierna envolvió con sus brazos y la acercó a su pecho- Mírame bella- ordenó.

Vio reflejado el dolor en esos dos orbes chocolate acuosos en el instante que duró el contacto, ya que Daniella bajó los parpados nada más enfrentar la mirada argente. Cordelia limpió las lágrimas con su mano y acarició su mejilla enrojecida suave y lentamente.
- Daniella, mírame- instó de nuevo- Nada, ¿Me escuchas? Nada hará que me separe de ti. Ni siquiera un marido, al que nunca amaré. ¿Sabes por qué?
- ¿Por qué?- preguntó aun con la voz trémula, sabía cual era la respuesta pero necesitaba oírla.
- Por que mi corazón es solo tuyo.
Daniella sollozó y se refugió en el cuello de la joven platina, aun sin soltar la sábana que tapaba su cuerpo. Cordelia sintió las lágrimas mojar su hombro, cerró los ojos y abrazó con más fuerza a la mujer que tenía entre los brazos.
- Nos protegeremos mutuamente de los demonios- Daniella levantó la cabeza sorprendida y conectó su mirada chocolate con la plata fundida de su amada- Por que ninguna de las dos tenemos perdón de Dios…
Daniella sonrió contagiado su sonrisa a la otra joven, y lentamente unieron sus labios en un nuevo beso.

16 de febrero de 2009

La Camarera de la Condesa II

Enredadas entre ellas y las sábanas inmaculadamente blancas, mientras sentía su piel desnuda contra la suya propia la contemplaba dormir a través del espejo de pie, la única vez que podía verla tal y como era. La condesa sin darse cuenta le ofrecía su cuerpo y alma desnudos. Daniella le retiró unos cuantos mechones empolvados y se apoyó sobre su codo para poder contemplar con más detenimiento las facciones finas como porcelana y el gesto relajado de su cara. Tenía la faz inclinada hacía el lado del espejo, los ojos cerrados suavemente, los labios rosados entreabiertos dejando ir y venir su aliento. Empezó a deslizar suavemente las yemas de sus dedos desde su vientre subiendo lentamente, arrancándole suspiros a la dormida noble, llegó a uno de sus blancos pechos al cual delineó el contorno con sus dedos hasta llegar a los labios entreabiertos, subiendo por el cuello expuesto. Todo esto sin dejar de mirar el espejo. Acarició los labios de la condesa y dirigiendo ahora su mirada chocolate a los mentados labios, cerrando los ojos con anticipo cubrió la distancia que les separaba atrapándolos en una frágil y tierna caricia que hizo que la condesa gimiera suavemente y lentamente enterrara sus largos dedos entre la melena castaña de su amante. Con desgana se separaron:

- Bella.- le susurró clavando su mirada plateada en ella mientras observaba con regocijo como las mejillas de la castaña se enarbolaban.
Daniella al saberse sonrojada enterró su cara en el hueco del cuello de la condesa. Oyendo, para su mayor vergüenza, la risa de Cornelia. La castaña como venganza subió sus manos hasta las costillas de la joven pálida y procedió a hacerle cosquillas.
- ¡Para¡!Para¡- consiguió decir entrecortadamente entre sus propias risas y las de su compañera. Su único punto débil conocido; sus malditas cosquillas.- ¡Para te digo!

Cordelia consiguió sentarse y hacer caer de espaldas a Daniella que hasta ese momento había estado encima de su cintura. La noble, ya sentada y sin reírse intentaba recuperar el aliento, mientras la castaña desnuda tirada sobre la cama reía sin tregua, dejando oírse una risa clara y ruidosa. Poco a poco todo se quedó en silencio. En un silencio tranquilo e íntimo. En el momento en el que abrió los ojos y vio la mirada lasciva de la otra mujer se dio cuenta de su posición desaventajada, desnuda, desparramada de espaldas sobre la cama, que tanto atraía a la mirada plateada que paseaba por su cuerpo. Antes de poder siquiera moverse el cuerpo pálido de la noble se le echó encima. Ya no podía escapar, pero tampoco es que lo deseara.

9 de febrero de 2009

La Camarera de la Condesa

Daniella corría por los suntuosos pasillos de la mansión intentando llegar lo más rápido posible a la habitación de su señora, la joven condesa Cordelia Immacolata Eleonora. Había sido llamada apresuradamente por una muy enfadada noble. Esto se lo hizo saber uno de sus compañeros de servidumbre con cara terriblemente pálida y ojos desenfocados por el miedo ya que cuando la Condesa se enojaba hacía temblar hasta a las mismísimas piedras…
“Y que nadie nos moleste” había susurrado envenenadamente la joven según su pobre amigo.
Llegó temblando, terriblemente asustada, frente a la puerta de su señora, tomando un poco de aliento y colocando su castaño cabello, hizo amago de tocar la puerta para que le fuese permitido su paso, antes de poder rozarla siquiera está se abrió y unas manos blancas salieron disparadas y enlazaron sus dedos tras el cuello de Daniella para un segundo después sentirse arrastrada al interior de la cámara y ser besada con pasión por unos húmedos y finos labios.

La joven camarera se sorprendió al principio pero pasados unos segundos devolvió con igual pasión el beso. Cuando ambas se quedaron sin aliento poco a poco se separaron y Daniella suspiro trémula, apoyando la cabeza sobre el hombro desnudo de la condesa se abrazo a ella aun temblando. Sin hablar ni soltar su agarre se separó desplazando las manos del fino cuello de la joven sirvienta hasta sus enarboladas mejillas, acariciándolas, le instó a abrir sus ojos chocolate y posarlos en los orbes plateados de la joven condesa. Ambas se contemplaron fijamente antes de volver a fundirse en un tierno beso. La noble condujo sus manos hasta la curva cintura de su amante y la apegó a su cuerpo, Daniella cruzó sus brazos tras el finísimo y enjoyado cuello de la noble, apretándose más contra ella. Sin romper el beso, delicadamente los dedos largos de la condesa empezaron ha descordar el corpiño de su compañera, al desabrocharlo del todo lo deslizó por los hombros de la castaña, que no se había movido, dejándose hacer, tal y como le gustaba a su señora. Desplazando su beso hasta la mandíbula y cuello de la camarera, dejando su boca libre para soltar pequeños suspiros, acarició la piel bajo la camisa blanca deslizándola hasta que acompañó al corpiño en el suelo. Bajaron sus dedos haciendo un recorrido de los omóplatos hasta la cintura que acarició unos segundos para desabrochar las múltiples faldas que se deslizaron por sus piernas quedándose en pololos. Subió sus manos hasta los pequeños pechos de la castaña, arrancándole un gemido:

- Cordelia…-suspiró contra los labios de la mencionada.

2 de febrero de 2009

Biel, también llamado "hermano"

Éste es Gabriel Alejandro, mi hermano mayor. Murió el 26 de julio del año 1920 cuando tenía ocho años, y ésta fue la última fotografía que le sacó mi padre antes de despeñarse por el barranco conocido por “El Salto de la novia” en Navajas, el pueblecillo castellonense donde veraneábamos.
Ocurrió una agradable y soleada mañana de verano. Mi padre nos despertó temprano para que desayunáramos tranquilamente, sin molestar mucho a nuestra madre- que desde hacía unos meses había enfermado de corazón y descansaba agotada en la cama- Mi padre, por aquel entonces, era un hombre apuesto y de complexión fuerte, de cabellos castaños oscuros y ojos avellana, algo que le caracterizó fue el fino bigote que delineaba el labio superior. De mi madre, de quien menos imágenes tengo, por alguna fotografía recuerdo que era una mujer bellísima de cabellos rubio ceniza y ojos glaucos- el espejo donde se reflejaba toda esa belleza residía, en masculino, mi hermano-.
Para distraernos, pues pasamos ese verano prácticamente metidos en casa, velando por la salud de madre y preocupados por ella, decidieron llevarnos al barranco que había en el pueblo, cerca del río Palencia a pasar la mañana. Según me contó padre más adelante, en el futuro, fue madre la que insistió en que se encontraba mejor y que los niños debían disfrutar y jugar como lo que eran. Niños.
Así, poniéndonos nuestras galas veraniegas, mi padre sus bermudas, camisa fresca y sombrero de paja, mi hermano sus pantalones cortos y yo mi bañador confeccionado por mi madre, nos dirigimos paseando camino hacía la desgracia que llevaba el nombre de mi hermano adscrita.
Mi padre, que nunca estuvo en aquel lugar, al llegar y ver los remolinos que se formaban en el agua dulce y cristalina, por aquel entonces, del río nos prohibió lanzarnos al agua y, advirtió a mi hermano que tuviese cuidado de la pequeña “golondrina”- como me llamó cariñosamente, siempre, mi padre-. Así, mi padre se recostó contra el saliente de una roca y, por cansancio, el sueño le venció.
Mi hermano y yo jugábamos despreocupados, demasiado cerca del barranco. Biel tumbado- como lo llamamos siempre en el circulo familiar y de amigos más cercanos- y yo acuclilladas estábamos frente un hormiguero, mi hermano con un palo instaba a las hormigas salir para luego con los dedos sucios aplastarlas contra el suelo arenosos. Yo- que por entonces contaba con 4 años-, aburrida del juego asesino de mi hermano mayor, observé en un matorralillo cercano, muy cercano al barranco una mariposa de bellos colores que captó mi infantil atención y como si de un hechizo de Hécate se tratase me acerqué embelesada, corriendo desde donde estábamos. Biel, viendo mi carrera, como resorte se levantó y salió disparado para parar mi carrera. Lo hizo, pero yo, con brusquedad me zafé de su agarre y me acerqué a la cascada que salía de la roca. Al verla quedé maravillada y le pregunté a mi hermano por que salía agua de la roca, él simplemente se encogió de hombros y se puso a mí lado. Me obligo a sentarme en tierra y él hizo lo propio a mi lado, jugamos un rato con el agua, reímos y nos mojamos… Pero, al segundo siguiente mi hermano caía barranco abajo, golpeándose en la caída la cabeza contra una roca saliente. Yo, recuerdo, quedarme quieta, muy callada con los ojos fijos en el cuerpo inerte de mi hermano.
Pasaron largos minutos y la voz demandante de mi padre a mi espalda, me reprehendió por acercarme tanto y me increpó preguntándome por mi hermano.
“Está ahí” le dije con voz inocente señalando el barranco. Mi padre, lívido y pálido, sin sangre ni calor en el cuerpo corrió a asomarse al barranco. Lo último que quedó en mi fue el grito desesperado y horrorizado al comprobar, que por un descuido suyo, su hijo, su primogénito, había muerto despeñado.

Dos días después, a causa de la gran fatiga tanto física como psíquica que le produjo la muerte de Biel, mi madre murió de un ataque al corazón.
Los enterramos a los dos el mismo día, en el Cementerio de Valencia.

Pero mi hermano nunca se fue de mi lado, y lo tuve presente en cada uno de los momentos de mi vida. Todo lo que hice lo hice en honor a él, porqué yo, aún ahora contando con 91 años de edad, sigue reconcomiéndome la culpabilidad de la muerte de mi hermano. Porque si no hubiese sido por mi mano, Biel no hubiese muerto tan temprano. Yo, sin malicia, como un juego de niños, lo empuje hacía el barranco acabando con su vida a los ocho años.
Pero se que él me perdona, me quiso y me querrá y pronto, muy pronto me reuniré con él, para siempre… Con Biel, mi hermano.

23 de enero de 2009

Flor

Plorava. Duia dies sencers plorant plena d’agonia.
Doncs plorava, plena de pena puix la flor seua moria.
Plorava, oh melancolia, plantares esperances en la terra
I amb mans sinistres l’assecares d’aquella.

Plorava. Llunes d’argent i Sols d’or les llàgrimes veien.
Doncs plorava, de nit, de dia la nostàlgia mossa feia.
Plorava, oh tristesa meua, esperances plantares a terra
I amb mans sinistres l’assecares d’aquella.

Oh, mala llavor negra!
Obscur el teu color com la teua ànima
Il•lusions a una dona estèril
Que a la terra li confia la seua maternitat
I la terra li escopí el fill amb temor!

Oh, mentider enganyós!
Aprofitant-te dels anhels d’una pobra dona
Sense terra erma que conrear
Sense home que llavor li done
Oh, que els deus no tinguen perdó dels maleïts!

13 de enero de 2009

Michelle

Era un frío día de otoño inglés la última vez que la vi.
* * *
La brisa, que acariciaba las hojas secas y cálidas, mecía sus rizos castaños y observé que se arrebujaba en su abrigo canela.
Como su olor.
Sentada en un banco me esperaba para decirme “Adieu” para siempre.
Yo dudé entre acercarme y hacerlo real o salir corriendo… Pero, ella, se iba a ir de todas formas, fuera o no a despedirme…
Con resignación y tristeza metí mis manos enguantadas en los bolsillos de mi chaqueta de pana y me acerqué. Me senté a su lado.
No la salude y ella tampoco lo hizo.
No nos miramos y estuvimos, así, juntos toda la tarde. Sin saber qué decir, sin saber como despedirnos.
Solo silencio.
Cuando el sol caía se levantó y de espaldas en un susurro se despidió y hecho a andar abrazándose…
Entonces yo la llamé “¡Michelle!”. Ella paró pero no se giro. “Te quiero” murmuré con los ojos fijos en su espalda. Oí un suspiro y volvió a caminar por el paseo.
Yo me quedé parado, fijo, de pie, al lado del banco y cuando estaba por irme- pues no soportaba verla marchar con indiferencia- ella se giró:
“Je t’aime”
Lo leí en sus ojos glaucos. Lo leí en sus labios rojos. Lo leí en las lágrimas cristalinas que caían por sus rosadas mejillas.
* * *
Y se fue.
Lejos.
Y nunca volví a ver a
“mi Michelle”