9 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa IV

La mansión estaba más silenciosa de lo normal.
Daniella y otra mujer se encontraban recogiendo, limpiando y adecentando la salita privada de su señora. Mientras Daniella recogía los libros apilados encima de la mesita de té de la Condesa y la otra mujer estaba intentado quitar los pegotes de cera de la repisa de la chimenea dorada, oyeron un estruendo que salía del dormitorio de la Condesa, ya que la puerta estaba entreabierta. De repente salió la joven a medio vestir.
- ¡Marchaos las dos!- ordenó barriéndolas con una mirada fría- ¡Deseo estar sola!
Después de esto se dejó caer en el diván y miró de nuevo a las jóvenes.
- ¿A qué esperáis?- dijo suavemente con un timbre que no presagiaba nada bueno.
Ambas se inclinaron y Daniella cruzó su mirada fugazmente con la de la Condesa.

Al cabo de unos minutos, de vuelta, Daniella cerró tras ella las puertas con suavidad. Escudriñó el interior de la habitación, pero no vio rastro de la joven platina. Desde ahí se podía ver con claridad el diván que había quedado vacío. Recorrió con su mirada la salita que estaba igual a como la habían dejado ella y Madonna- la otra sirvienta-, con la excepción de una vasija de plata bruñida que estaba tirada en el suelo con marcas de tacón y un jarrón de porcelana fina en azules y verdes, regalo de su padre de cuando fue de viaje a España, estaba hecho trizas en el suelo. De repente Daniella oyó el ruido del cristal al romperse que salió del dormitorio. Con el corazón en un puño, corrió hacía la cámara y abrió la puerta.
- ¿Qué…?- sus ojos se abrieron de par en par al comprobar el estado del dormitorio de la noble.
Por el suelo habían esparcidos montones de papeles y lienzos, el caballete tirado en el suelo, pinceles y oleos- que cargaban el ambiente con un olor fuerte- las plumas de las almohadas volaban por la habitación, un dosel colgaba rozando el suelo y el maravilloso espejo de cuerpo entero estaba hecho añicos, algunos trozos aun pendían amenazantes y sentada con el puño sangrante estaba la implacable condesa en ropa interior, con la cabeza gacha y temblando imperceptiblemente.
- Daniella…- murmuró entre las hebras platinadas.
Daniella cerró la puerta tras ella y se acercó hacía Cordelia, se quedó de pie junto a ella. Expectante. La platina enlazó su mirada dura con la chocolate de la joven sirvienta. Los surcos de lágrimas manchaban la pálida piel de la cara, ésta no pudiendo soportar por más tiempo el contacto visual, bajó de nuevo la mirada, apretó los puños y un sollozo rabioso escapó de su interior. Daniella por fin reaccionó, se arrodillo junto a ella y la tomó en sus brazos. Abrazándola fuertemente, acariciando su blanco cabello, mientras sentía sus compulsiones. Daniella lloró con ella, sintió su dolor y rabia.

Transcurrieron los minutos que se convirtieron en horas. Cordelia levantó la cabeza encontrándose con una Daniella llorosa. La noble sonrió imperceptiblemente.
- Tranquila- le besó dulcemente los labios- la que alberga rabia soy yo ¿eh?
- Idiota- la empujó flojamente. Cordelia para no caer hacía atrás se apoyó con las manos en el suelo y su cara se desencajó en una mueca de dolor.
- Déjame ver tu mano- Daniella cogió la herida mano de su amante y la examinó. Varios rasguños y un corte limpio en uno de los costados.


- No era nada-replicó la platina, mientras sentadas en la cama Daniella le vendaba la mano, después de limpiar las heridas.
- ¿Qué te ocurría?-preguntó de repente, aun vendando con cuidado la mano pálida de la noble.- ¿Qué te ocurría amor?-insistió por el silencio de Cordelia.
- ¡Odio a ese hombre!-soltó. Daniella se tensó pero no dejo de vendar con sumo cuidado la mano herida. El silencio de ésta invitó a Cordelia a proseguir.- Mi padre, a partir de mi suplica, ha intentado poner miles de obstáculos para poder deshacerse de él. Pero todo cuanto le pedí a mi padre, todas las condiciones que le puse, pensando que así ese hombre me tacharía de soberbia e ingrata y todo pensamiento de contraer nupcias conmigo se iría de su mente. A fracasado estrepitosamente…- bufó. Daniella terminó de vendarla pero no apartó los ojos de la mano, ya que se le estaban humedeciendo y no quería que Cordelia lo viese, tenía que ser fuerte. Se iba a casar con un noble de Nápoles, el Duque no-se-qué, protegido del rey Carlos III. No la vería más, pero su corazón estaría siempre con ella.- Pero aun que vaya a pertenecer a ojos de Dios a ese noble, al menos podré disfrutar de ciertos placeres: una biblioteca y cámara privada…- miró de reojo a la joven castaña que seguía mirando su mano intentando esconder sus lágrimas, Cordelia sonrió de medio lado- y, lo más deseado por mi. Que mi bella camarera venga conmigo siempre…- Daniella sollozó y sonrió ampliamente. Levantó la cabeza y le besó, le besó expresando todo el amor que había dentro de ella y descargó todo el miedo acumulado.
Ya nada le separaría. Ni el mismísimo ministro de Dios.

2 comentarios:

cienojos dijo...

ei guapa!he descubierto tu blog!lo intentaré seguir :)
muaa

Unknown dijo...
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