21 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa V

- Señora, el carruaje os espera- informó.
La joven platina hizo un ademán con la mano que significaba que lo había oído. Dos de sus sirvientas estaban acabando de vestirla y un sirviente junto con el hombre que le había anunciado que el carruaje esperaba, cargaban con él sus ropas y objetos personales que se llevaría con ella. Una sirvienta jovencita le colocaba la gargantilla mientras Madonna, la vieja mujer, llorosa acordonaba entre hipidos el corpiño de su señora.
- Puedes marcharte- ordenó a la sirvienta más joven cuando acabo de ponerle la gargantilla.
- -Si señora, que tenga un buen viaje- se inclinó y se fue. La mujer mayor acabo también de acordonar el corpiño, pero se quedó con la cabeza gacha y la mirada perdida en el lazo del cordón que acababa de hacer.
- Madonna no te aflijas- ésta al oír las palabras de sus señora no pudo aguantar el llanto más y lloró entre hipidos y grititos, cayendo de rodillas al suelo y cogiendo fuertemente la falda de la Condesa.- ¡Por favor Madonna, basta ya!- espetó- ¡Levántate del suelo! ¡Basta!- furiosa hizo un brusco movimiento hacia atrás haciendo que la sirvienta dejara de tocar la falda y se llevara las manos a la cara, con vergüenza.
- Mí señora, por favor- la miró a los ojos y se arrastró aun de rodillas, la condesa la miró enojada- nos va a abandonar para siempre… ¡A mí que la he visto crecer!- los ojos argentes la miraron con compasión y acuclillándose a su lado le dijo:
- Tranquilízate Madonna- está la miró cuando aun corrían lágrimas por su rostro- Y te pido, per favore, que cuides de padre en mi ausencia…
La noble se levantó.
- Claro señora, no dejaré que le ocurra nada.
- Solo en ti puedo confiar, Madonna- con una leve sonrisa se despidió dirigiéndose hacia fuera del que había sido su dormitorio durante 22 largos años. Su refugio plagado de recuerdos. Las paredes que habían conocido su amor prohibido- Adiós. Que Dios esté contigo.- se marchó.

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