21 de noviembre de 2008

El Canto oscuro del Cisne al Cuervo

Caía la noche, la suave y fría brisa de invierno removía la hojarasca otoñal, aún resistía los embates del duro invierno. Persistentes hojas. El cielo púrpura, cuajado de pequeñas estrellas, donde la argente Selene era desafiada por unas dispersas pero grises nubes. Reflejada toda esa guerra en el lago quieto de bordes congelado…

Imposible contabilizar cuantas lunas llevaba acudiendo a aquel misterioso lugar. Imposible saber cuántas noches llevaba, postrado, velando su tumba… Desde hacía días yacía Ella dentro de una absurda caja de nogal. No había lápida que señalara su lugar de descanso eterno, solo un postrado y sumiso árbol ennegrecido y seco por dentro. "Como él desde que todo ocurrió". La tierra removida delataba que allí Ella enterrada estaba. "Aún recuerda el día que la encontró…"Muerta.

***

Caminaba por las calles llenas de niebla y vapores, con pasos raudos. Sus botas de piel resonaban entre las paredes de las estrechas callejuelas por donde pasaba. Al doblar la esquina un escalofrío recorrió su columna y sintió un frío gélido expandirse por su cuerpo. Dentro de su cabeza había escuchado un grito aterrador. De muerte. De Ella. Apretó tanto el paso que sin darse cuenta acabó corriendo hasta el lugar donde se dirigía.

Cuando llegó, sin demora, cruzó la puerta sin saludar y subió las escaleras de moqueta roja. Llegó hasta la última planta y se cruzó a un hombre al que ni siquiera prestó atención y no devolvió el saludo. Abrió la puerta y la llamó. Cuan grande fue su horror al divisar el cuerpo pálido e inerte reposar grotescamente sobre el sillón victoriano. Olvidó como respirar, su corazón cesó todo movimiento y sus ojos fijos en el horror repasaron el cuerpo de su amante. El de Ella.

Reposando, lánguido y sensual, blanco como la nieve virgen, sobre el sillón granate se encontraba su cuerpo. Su cabello casi plateado, revuelto. Su mano caía pesada hacia el suelo, donde sus dedos se manchaban con una sustancia viscosa proveniente de sus muslos. Su pálida mostraba varios arañazos en su mejilla, su boca estaba amordazada y sus ojos abiertos le devolvían una mirada vacía

Fue consciente de él mismo de nuevo, cuando notó dos lágrimas cálidas rodar por sus mejillas hasta perderse en el cuello de su camisa. Desembarazándose de su sobrero y de su chaqueta se dejó caer de rodillas, sin importar cuanto daño le causara, frente al cuerpo de su amada. Abrazó su frío cuerpo, quitándole con brusquedad la tela que la amordazaba, observando su mueca aterrorizada, en sus labios, antes rojos ahora amoratados, quedaba el último resto de aquel grito ahogado que él había sido el único que lo había oído.

Maldijo y lloró abrazado a su hermoso cuerpo, acariciando su bello y brillante cabello, lamiendo sus arañazos y heridas, besando sus violáceos labios, acariciando su piel de porcelana, limpiando sus manchados muslos con su lengua…

Una mañana gris, llena de nueves grises que amenazaban tormenta de blanca nieva, enterró su joven y bello cuerpo dentro de esa caja de nogal que había conseguido. Y con sus propias manos cavo su tumba, la posó junto a tres flores- una orquídea, un crisantemo rojo y una rosa roja- y despidiéndose con un beso "agitando las hojas de la poesía" la enterró entre la tierra húmeda…

***

La noche había caído y su Reina irradiaba destellos de plata sobre el lago. Y allí estaba, atormentado, guardando su muerte, castigándose por no haber guardado su vida… Pudriéndose su espíritu, como el cuerpo de su amada. Volviéndose loco por segundos, maldiciéndose, culpándose cada insulso momento de su existencia en está tierra. Para él ya no tenía sentido. Con las manos manchadas de aquellos que habían acabado con la vida de su bella durmiente. Sin siquiera pensarlo, impulso de la lujuriosa luna, empeño de su atroz locura, de sus anhelos por verla de nuevo, por sentirla. Con sus manos empezó a cavar entre la tierra hasta rozar sus uñas sucias y manos la tapa de aquella ataúd. Levantó la tapa y descubrió su cuerpo vestido con ébanos y caros ropajes victorianos que había mandado confeccionar solo para Ella.

Y así, el acuclillado y Ella yaciente, con los ojos cerrados, rozando sus largas y negras pestañas sus pálidas mejillas, sus labios pintados con carmesí carmín, su tez totalmente serena. Sus manos, entrelazadas, sujetaban inertes las tres flores que el había posado, ya podridas entre sus dedos…

Con la fuerza que da la locura, sacó a su amada de la tumba y bajo el amparo de la lujuriosa Luna la desnudó para que todos los seres pudieran observar su etérea belleza. Con un movimiento de muñeca soltó el moño que recogía sus largos cabellos plateados. Por fin, de nuevo, desnuda: "Ensartada en mi vista, desnuda Ella se balancea…" y expuesta: "Su exquisito cadáver, encontrado apto para la diversión".

La besó. Recorrió su cuerpo solo rozándolo con los labios. Vio "su lujuria seguir manchando sus muslos". Sintiendo la furia hacer arder su carne, mordió cada parte de su cuerpo, posado sobre la fría hojarasca de otoño, "era como un licántropo hasta que la luna se veló". Arañó sus piernas, hundió sus manos entre su pelo, lamió su carne. La amó, sin apenas desnudarse. La amó, por última vez, a los ojos del mundo.

***

"Ahora sueño, escondido en las puras nubes del dulcísimo olvido". En una fría celda, inmovilizado de por vida, condenado a estar sin Ella pero si con torturas físicas. Loco le llaman a él. "Grito a través de mis rejas a las estrellas que por estos crímenes míos me consuelan". Loco de amor. Loco por ella. Y con la escapatoria en su mente agoniza anímicamente. La ve a Ella. Siempre… "Cuando con nuestros fantasmas en la niebla los dos no volvamos nunca…" La ve tendiéndole su mano, con su sonrisa traviesa, su mirada de argente. Porque no está loco, sino muerto por dentro…

"Clarissa…"

*** *** ***

· Inspirada en una canción de Cradle of Filth llamada “Swansong for a Raven”, del álbum de “Nymphetamine”. El relato tiene fragmentos de la canción traducidas al español por mí (no se si habrá algún error en cuanto a la letra inglesa).

11 de octubre de 2008

Estrellas

*Advertencia: Este relato no contiene diálogos. Antes de leer el relato recomiendo descargar el siguiente video http://es.youtube.com/watch?v=QEx-QrgYido (se trata de la canción que lo inspiró para que ambiente la historia).*

o.o.o.o.

En ésta triste historia no hay nombres, los hubo, pero se perdieron arrastrados por los vientos otoñales del tiempo. Nadie los recuerda. Ninguno realmente supo de éstas clandestinas escenas… Pero se relata y cuenta la leyenda urbana…

Todo empezó una fría noche a principios del siglo veinte, cuando proliferaron los cabarets a lo largo y ancho de Europa, particularmente en Francia y en Alemania. En uno de éstos excéntricos y pícaros locales trabajaba de camarera y bailarina nuestra primera protagonista: una chica extranjera por esos lugares, de complexión delgada, llegando a la “esmirriadez”-depende de con el ojo que se mire- de cara ovalada enmarcada por una larga melena ondulada azabache; de mejillas sonrosadas, labios pálidos y orbes color argente.

Esa noche el cabaret había cerrado ya sus puertas, alta la madrugada, y los que allí trabajaban recogían y adecentaban como podían el local. Nuestra protagonista estaba ensimismada restregando un trapo, más limpio que sucio, por la barra hasta que el sonido estridente de las risas de una de sus colegas la despertó de su ensueño.

En uno de los pequeños y viejos sillones estaban dos de sus compañeros compartiendo más que palabras y dándose más que caricias delante de todos, seguramente otros estarían entre bambalinas haciendo lo mismo, otros apurando vasos de absenta sentados alrededor de una de las mesas mientras fumaban y jugaban a algún juego de cartas, mientras, los demás recogían sus penas, sus instrumentos y sus atuendos para irse a casa, ella era de los últimos. Cada uno ahoga las penas como mejor le viene en gana, fue lo que pensó. Porqué obviamente, trabajar y vivir cómo y dónde lo hacían no era del gusto de nadie… O, al menos, de pocos el gusto.

Sin ni siquiera decir una palabra de despedida, salió por la puerta de atrás, únicamente para los que allí trabajaba. Cogiendo su bolsa de cuero desgastado, donde llevaba su ropa de calle, aún con el atuendo de trabajo, se dirigió a la pensión donde vivía con paso raudo, a causa del frío más que del temor a que le ocurriese algo. De camino a la pensión pensó en cuán concurrido había estado el local aquella noche, lleno de obesos burgueses de largos bigotes e iguales manos, acompañados muchos por sus respetabilísimas mujeres igual de orondas… Pero, cuando salió a actuar, entre todas esas caras horrendas y grasas resplandeció con luz propia una suave y blanca faz, de labios rojos curvados en una sonrisa sutil y ojos verdes como un prado mojado, enmarcada por unos tirabuzones cobrizos. La mujer más hermosa que había visto nunca. Nuestra segunda protagonista.

Durante la actuación no dejó de observarla, de contemplarla, pero un tropiezo que la hizo trastabillar cayendo por detrás del escenario a unas cajas, que rompió estridentes y grandiosas carcajadas al público, hizo que la perdiera de vista. Cuando volvió a la barra no la encontró entre todas esas grotescas caras. Se había ido…

o.o.o.o

Pasaron los meses, y volvió a encontrar a la joven pelirroja de largos y ensortijados tirabuzones. Cuentan que se enamoraron a primera vista, uno de esos amores prohibidos que te empuja desde dentro, que las hizo caer en el vicio de lo pecaminoso, de lo lésbico. Dicen, y es un hecho, que se hicieron amantes…

Los encuentros nunca se produjeron en la suntuosa casa de la joven burguesa de pupilas esmeraldas, sino que fueron testigos mudos las paredes de papel ajado, los humildes muebles viejos, la pequeña cama, las sábanas amarillentas de las habitaciones alquiladas por la joven morena.

Una de esas noches estrelladas, las jóvenes bebían su amor a besos, lo escribían en la piel de la otra con caricias, se amaban con las palabras entrecortadas y gemidos quedos. Ambos cuerpos desnudos, uno delgado, otro lleno de curvas sinuosas, se movían sensuales entre las bastas sábanas. Manos que iban a todas partes, apretando y arañando presas del su febril pasión, lenguas que intentaban sofocar el calor repartiendo saliva por sus miembros, alientos que intentaban escapar, pero sin querer hacerlo, del sofoco del momento. Se ahogaban en ellas, llenas de pasión, de amor.

Cuando todo explotó en blanco, y sus ojos volvieron a ver las paredes ajadas- la tímida luz de las farolas de la calle entrando por la ventana iluminando su culminado pecado- y sus bocas volvieron a respirar el aire cargado, y sus cuerpos, aún temblorosos, reposaron laxos y relajados sobre las revueltas sábanas, cuando notaron el frío que calaba en sus aún calientes carnes, se metieron entre los lienzos amarillentos y abrazadas intentaron conciliar el sueño... Pero éste tardó en llegar por lo que se acariciaron con ternura bajo las sábanas, ayudando a Morfeo en su tarea por envolverlas en un plácido sueño. Y así soñaron.

Cuentan que otras muchas noches después de hacer el amor, se quedaban ambas denudas, abrazadas bajo las sábanas y que la joven de ojos plateados acariciaba a la otra pálida ninfa de tirabuzones rojos, mientras hablan de sus vidas, de sus miedos y anhelos, de sus fantasías. De ellas. De su amor.

o.o.o.o

Tras largos meses de visitas furtivas y fogosos encuentros, una noche de estrellas brillantes y luna menguante, después de hacer el amor, que a ambas les supo amarga por diferentes razones, nuestra segunda protagonista de cuerpo curvilíneo, sentada sobre la cama, tapada por la fina sábana contempló como la otra delgada mujer, desnuda, de pie sobre el frío suelo, observaba las estrellas y le decía que eran tan resplandecientes como ella. Su última bella imagen antes de la tempestad.

El silencio se alargó minutos, y finalmente la burguesa murmuró con palabras quedas y ojos húmedos lo que la morena nunca deseó oír. Se casaba, le dijo trémula pero decidida, se casaba con un hombre de gran reputación, prestigio y, por supuesto, riqueza, cosas de las que ella carecía. Con los ojos fuertemente cerrados aguantando la rabia que comenzaba a surgir de su interior oyó sin casi escuchar las razones por las cuales su amante la abandonaba por un individuo mejor posicionado que ella.

Tras los silenciosos y tensos segundos que prosiguieron después de la explicación, la joven desnuda, sin tan siquiera mirarla, se acercó al perchero y cogió una bata. De repente, en esta noche casi estival, su cuerpo se había quedado helado, congelado como si a su alrededor todo fuera nieve, hielo. Y tras una profunda respiración le recriminó sin levantar la voz, en tono susurrante pero afilado, todas aquellas veces que le había proclamado su amor y fidelidad. Dirigiéndole una última mirada dolorida, rota y furiosa. Enlazando por última vez sus orbes de argente con los licuados orbes esmeraldas, con un adiós visual se despidió de ella y se encerró en el baño.

Al cabo de las horas, cuando volvió a salir -más demacrada, rota y triste, con la cara congestionad, los ojos llorosos y la garganta constreñida- lo único que quedaba de su enamorada era el sutil perfume de su cabello y piel flotando insolente por la habitación. Cuentan que los cimientos de la vieja y pequeña pensión temblaron con el grito desgarrador le siguió.

o.o.o.o.

Un día como cualquier otro en el cabaret: hombres borrachos de dedos largos, gordos y feúchos, señoras sobre-perfumadas y más pintadas que las propias bailarinas y bailarines, alcohol, música, cantos y bailes. Copas yendo y viniendo de la barra a las mesas y de las mesas a la barra, comidas rápidas viajaban del mismo modo. ¡Ay cabaret grotesco y bizarro! El de siempre.

Tras el último espectáculo, tras el último hombre que sale por la entrada, comienza la batalla en pos de la limpieza y la decencia del local para el día siguiente.

Vestida aún con su disfraz de muñeca con demasiados remiendos y rasgaduras, su faz pintada de blanco con los pómulos muy coloreados y los labios color carmín, sus ojos rodeados de profundo negro, y la melena recogida en dos grandes y largas coletas, ayudó a acomodar sillas y mesas, a barrer comida y a fregar bebida del suelo pegajoso, recoger el escenario y a guardar el vestuario en los pequeños camerinos otorgados a las grandes “estrellas” del cabaret del número cuatro.

Despidiéndose uno de los músicos homosexuales de ella, salió por la puerta de atrás como aquella primera vez que había visto a la joven pelirroja, largo tiempo atrás, pero aún abierta la herida. Con su bolsa de cuero, pero ahora con sus ropas negras y marrones de calle, sin desmaquillarse salió a la fría noche estrellada- después de tantos días de tormenta-. Anduvo camino a la pensión, resguardándose del frío, por una de las calles principales de la cuidad, pero antes de girar la esquina que le llevaría a su pensión, no sabiendo bien la hora que era vio un coche (uno de los pocos que había en la ciudad) pararse en una de las esquinas de la calle en la otra acera y vio salir dos individuos. Un hombre y una mujer.

Nunca pensó que las farolas de las calles pudiesen ser tan crueles de iluminar esa escena tan denigrante, enfermiza, humillante y dolorosa a sus ojos. Cogida del brazo del hombre de largo y negro abrigo y arcaico sombrero de copa inglés iba su ninfa de largos cabellos ensortijados y cobrizos, contemplando con sus pupilas esmeraldas resplandecientes la faz de aquel hombre y contestando con una radiante sonrisa a los insustanciales comentarios del caballero sobre la hermosa ópera que habían visto…

Nuestra morena protagonista sintió como su corazón, cosido con frágiles hilos que sostenían los trozos por fuerza de voluntad, explotaba en trocitos más pequeños que se clavaron con saña bajo la piel y carne, arañando el alma de forma desgarradora. Sin evitar que las lágrimas cubrieran sus argentes ojos ni que su garganta dejara escapar un sollozo estrangulado, giró apresuradamente la esquina corriendo hacia la pensión.

Cuando llegó entrando al baño empezó a quitarse la pintura con las manos de forma brusca y dolorosa, magullando la sensible piel, enrojeciendo de más la pálida faz, restregó con el dorso de su mano varias veces sus labios esparciendo de forma grotesca la pintura carmesí de sus labios, las lágrimas que caían sin consuelo manchaban de negras pero pálidas líneas sus mejillas. Sus dientes apretados intentaron aguantar el llanto, hasta que la furia se hizo presa de su cuerpo y con un grito ahogado y ronco estampó sus puños contra el viejo espejo haciéndolo añicos como su corazón, cortando sus pedazos la fina piel de sus manos, produciendo cortes superficiales pero dolorosos. Empujada por la fuerza de sus acciones contra la pared de manera brusca se dejó resbalar, con silenciosos y amargos sollozos, por los blancuzcos azulejos… Sintiéndose rota, destrozada, usada, lastimada, dolorida, furiosa consigo misma, con ella. Con todo. Con las estrellas…

De ahí (cuentan, comentan, murmuran, relatan, dicen) el que odie tanto a las estrellas. Ellas se lo dieron y se lo arrebataron todo, sin piedad, a ella. A su amor. A su vida. Arrebatado por las estrellas…

Malditas estrellas…


* Relato pensado el día 5 de noviembre del año 2006, una noche de madrugada, inspirado por una canción de Lacuna Coil “Stars”. Relato realizado la madrugada del 11 de octubre de 2008*

4 de agosto de 2008

Luna de Arcilla

A orillas del Mediterráneo, sentada, en el muelle de madera astillada y húmeda del rocío marino, esperó a la luz de la luna de "Balansiya" deleitándose con el perfume de violetas y mar, que apareciera entre las olas del mar el barco mercante con el que le vio marchar por última vez.

Su despedida fue tan pasional como amarga. Llena de amor y tristeza por la gran distancia que los separaría y el largo tiempo en el que no se verían.
Escapándose del palacio donde residía, escondida tras capas de telas ricas y lujosas, agazapada entre las sombras llegó a una pequeña alquería cerca del mar, allí su amado la esperaba. Recibiéndola con los brazos abiertos y los labios ansiosos. Pero ella acalló y apaciguo sus ansias susurrándole dulcemente que se sentara sobre los cojines y se acomodara. Su amado se merecía una despedida que nunca olvidara y como tantas veces se lo había pedido y ella tantas otras le había repetido que ese privilegio solo lo tenía el Taifa, al cual pertenecía, y por tanto no podía concedérselo, olvidados todos los miedos de que se conociera su romance con un comerciante mozárabe y de sus represalias, que todas de una manera más o menos cruel conllevaban la muerte, decidida por la amargura y tristeza de no volverlo a ver le concedió su más preciado tesoro: su baile y su guardada virginidad a la espera de que su señor decidiera tomarla.
Se desprendió de las pesadas telas que cubrían su cuerpo revelando una figura curvilínea y morena ataviada con suaves gasas y sedas engarzadas con pequeñas piedras esmeraldas y cristales, su sedoso y ébano cabello cayó ondulado sobre sus desnudos hombros. Empezó lenta y sensual su baile. Sin música, el silencio rotó por la respiración del hombre mozárabe que al ver como empezaba a mover sensual las caderas se le aceleró el corazón y el rubor acudió a su pálida tez y sus ojos azules no se perdieron ningún movimiento. La joven, cerrados los ojos dejó que su cuerpo grácil se moviese cual caña empujada por el viento, se sintió mecida y querida, sabiendo que toda la atención del hombre estaba posada en ella. Empezó el canto, un canto triste en árabe, que el entendió y el corazón también se le encogió, aún estando embelesado por su movimiento. El canto le acarició como si fueran las tersas manos de su amada, dulce, triste, amargo pero a la vez sensual, esperanzado. Los movimiento se hicieron más bruscos y rápidos el canto cesó y entre lágrimas la joven abrió los negros ojos y vio reflejados en los de su amado tanto amor y deseo que abrumada se acercó a él entre movimientos, agachándose le susurró al oído que la hiciese suya.

Y esa noche fue suya. Bailaron los dos desnudos en cuerpo y ánima sobre los cojines de la pequeña alquería frente al mediterráneo, amparados bajo la luz de una brillante luna valenciana. Entregándose él uno al otro.

Estos recuerdos parecían muy lejanos, hacía meses que esperaba cada noche sentada en el mismo muelle la llegada del barco mercante lleno de plata y oro, con su amado en el barco. La luna y el mar habían sido testigos las dos de las lágrimas que se habían confundido con el salado líquido, de sus suspiros arrastrados por la brisa marina, de sus terribles sentimientos de esperanza mezclada con angustia que iba aumentando alentada por las vagas noticias de su regreso.

Éste vagar sin descanso ni reposo se había convertido en una rutina, de mañana hasta la víspera de la noche, cuando se escondía el odiado sol, dormidas las demás mujeres del grandioso harem de su señor, con ayuda de su hermano menor, eunuco y guardián del harem, escapaba por un pasadizo del palacio envuelta en telas oscuras para no ser vista ni reconocida como mujer. A oscuras agazapada entre las sombras llegaba al pequeño muelle y en un pilón de madera astillada y mojada se recostaba a la espera de que la luna iluminase algún día un barco mercante. Entretenida traía siempre consigo una violeta que deshojaba tirando los pétalos al mar que sus olas arrastraban hacia el horizonte. Cuando empezaba a despuntar el sol, al cual odiaba, se dirigían aún entre las sombras hacía el castillo y antes de que las primeras mujeres, más mayores y de más categoría despertasen ella llegaba y fingía dormir entre las demás, enterrando la cabeza entre las perfumadas almohadas rompiendo en un llanto silencioso tapada por las hebras ébano de su cabello ondulado.

Y así, un día tras otro esperó el regreso de su amado, deshojando violetas, vertiendo lágrimas saladas, y dejando escapar suspiros que se los llevaba la brisa del mar. Triste, pero ciegamente esperanzada por el gran y sincero amor que la ligaba con ese hombre de mirada color cielo y cabellos como el oro con el que comerciaba, espero y los inviernos, primaveras, veranos y otoños pasaron.
Aún siendo bella y joven cuando el mar deshojó la última violeta y su aliento escapó con el viento de poniente llevándolo lejos a donde fuera que estuviese su amado. Su cuerpo y ánima descanso al fin inerte y relajado cuando los frágiles rayos del sol alumbraron su morena tez y sus ropajes lujosos y oscuros envolviendo su cuerpo.

Así descanso Badriyyah cuando el Mediterráneo deshojó la última violeta que en sus cálidas manos se halló.


***

Inspirada una vez más en la hermosa y embriagante música mediterránea de "L’Ham de Foc", esta vez en una de sus más tristes y preciosas canciones: “Una lluna d’Algeps”.

15 de julio de 2008

Mar y Huerta



El Sol cansado se escondía en el horizonte, bajo un manto de agua salada. Las olas lamían sus bronceados pies y mojaba los bordes de su falda terrosa, caminaba con los brazos en cruz, protegiéndose del fresco viento de levante que mecía sus ropas y cabellos morenos, la luz del atardecer pintaba su curtida faz de dorado y sus ojos negros brillaban mirando hacia el mar, sus labios rojos se curvaban en una leve sonrisa mientras oía como los niños chapoteaban en el agua, corrían y gritaban: jugaban frente a la vasta Mediterránea.
Parando un momento su paseo, cerró los ojos y se dejó acariciar por la suave brisa levantina, inspirando hondo, cogiendo fuerzas, y con el aire que exhalaron sus pulmones dejó ir todas sus penas. Pues aunque hermoso fuese el mar y tan inofensivo pareciera, hacia años que se había llevado a su más preciado tesoro, lejos tan lejos de ella…
Cuando se dio cuenta de que el sol regalaba sus últimos rayos de luz, llamó a gritos a sus dos hijos, que jugaban con la arena mojada e intentaban construir un pequeño castillo. Ante la llamada de su madre, con protestas murmuradas entre ellos en secreto, obedecieron llegando a su lado. Los dos niños, empezando a tiritar por el frío, se agarraron con fuerza a las faldas de su madre y abandonaron con ella la playa…
**
Estando en casa, dentro de aquellas barracas con techo de barro y cañas, los niños se calentaban junto a la pequeña lumbre. Ella meciéndose en aquella mecedora mimbre, que le había hecho su amado cuando volvió de un pueblo alicantino, cosía un remiendo para los pantalones de uno de sus niños. Fueron pasando las horas y la lumbre fue extinguiéndose con el paso del tiempo, y los niños fueron cayendo en el dulce sueño de la inocencia abrazados entre si para darse calor. El calor humano que le hacía falta a ella, que aunque sus hijos fueran las joyas más bellas del mundo, le faltaba su cofre para ayudarla a refugiarlas… Tan sola se sentía la mujer…
Dejando el pantalón sobre la mecedora, despertó al mayor y cargó en brazos a la pequeña. Así, una de la mano y la otra abrazada al cuello de su madre, ésta los condujo tras la cortina de tela al dormitorio y los acostó en el colchón de paja. Bañada por la plateada luna de València, se desvistió y se puso el camisón, se acercó a sus hijos y los contempló con las pequeñas bocas entreabiertas y las mejillas sucias, los párpados cerrados y los cabellos pelirrojos enmarañados, reflejo fiel de su padre, energía, dulzor, cabezonería y ojos aguamarina, vivos como la Mediterránea. Una mano invisible apretó su corazón y sus ojos se anegaron de lágrimas, lágrimas que se obligó a tragar. Era duro, por supuesto, pero la vida siempre había sido dura y ella iba a tirar hacía delante como mejor pudiese. Aunque la pena y duelo aún anidara en su corazón, sabía con certeza que nunca volvería a verle. Jamás. Colocándose en medio de los dos pequeños, les arropó con la manta de colores y los acurrucó contra ella. De esta forma, sus párpados se cerraron y se abandonó a un sueño llenó de quimeras y anhelos…
**
Pasaron los años. Sus niños crecieron, el mayor se casó y se mudó a un barrio obrero industrial de la capital del País Valencià, la menor, se casó con un apuesto “llauro” vecino suyo, pero hacia poco tiempo que habían partido hacía Castelló.
Y allí estaba, de nuevo, paseando por la orilla del mar, dejando que las olas bañaran sus viejos pies. Miró su reflejo en el agua y vio pasar su vida, entre las ondas saladas. Su melena, antes morena y viva, ahora tintada de cabellos como la luna; plateados, cubiertos por un pañuelo negro. Su tez, antes bronceada y tersa, ahora estaba surcada por profundas arrugas y demasiado castigada por el Sol de la huerta. Su cuerpo esbelto y curvilíneo estaba algo encorvado y decaído. Sus ojos negros estaban hundidos y habían perdido todo su brillo de juventud. Aunque la pena continuara, nunca se habían marchado, ya no le quedaban fuerzas para llorar o jurar una y otra vez al mar por haberse llevado a lo que más amaba… Ya no tenía fuerzas para nada.
**
Camino a casa por la huerta, por un pequeño camino de tierra y barro, no muy lejos del mar, oyó un grito que parecía tan lejano, un grito que llevaba su nombre. Su corazón empezó a bombear con fuerza, hubiese jurado que parecía… Cuando volteó y solo vio el atardecer, el mar brillando anaranjado y las broza que se mecía con el viendo de levante, sus ojos se cerraron y conteniendo una sonrisa de burla, cuando fue a continuar su camino se oyó de nuevo la voz y su nombre, una y otra vez, pero ella continuó sin divisar a nadie, y pensando que era la vejez la que le jugaba estas malas pasadas, se decidió a ir a casa sin volver a girarse más.
Entonces, ya no fue un grito lejano el que se escuchó, muy cerca suya con la voz ahogada por el esfuerzo, una mano callosa se cerró sobre su brazo y susurró su nombre.
Sobresaltada se volteó y ante ella observó la imagen de un anciano que con una mano aferrando su muñeca, la otra apoyada en su propia rodilla, inclinado hacía delante resollaba y intentaba coger aire… La anciana le preguntó al extraño anciano que deseaba de ella y él le contestó:
-“Ja he tornat, gitana meua”
El anciano se irguió y pudo, por fin, contemplar su faz surcada de arrugas, por la edad, su cabello pelirrojo casi blanco tapado por una gorra negra y sus ojos aguamarina tan hermosos. Pero esa imagen solo duró unos segundo porque ante ella se materializó la figura de un hombre sano de cuerpo fuerte, con la piel blanca y el cabello rojo fuego, y sus ojos aguamarina brillaban con la fuerza de la juventud. Por fin, su amado habia regresado.
Él contempló a su amada embelesado, sin ver las taras de la edad, solo viendo su morena y tersa faz, sus sonrisa deslumbrante, su melena negra mecida por el viento bajo un pañuelo, un cuerpo que se adivinaba bajo las ropas curvilíneo y sus ojos negros brillando con la luz del atardecer.
Ambos se abrazaron con fuerzas y juntaron sus labios por unos segundos expresando con todo aquello su anhelo y miedo al olvido ajeno, a la perdida de aquello que quisieron por encima de todo. Se miraron a los ojos y con sendas sonrisa de felicidad en el rostro se marcharon camino a casa los dos ancianos. Abrazados.
El Mediterráneo y la huerta que la rodean fueron los únicos testigos del reencuentro después de décadas en las que en el mismo mar y paisaje los despidieron.

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Inspirado en las bellísimas canciones de un grupo valenciano llamado "L'ham de Foc". Éste grupo, bajo la voz de Mara Aranda, interpreta música tradicional y medieval mediterránea y oriental con instrumentos típicos de diversos lugares del Mediterráneo.


(No es de muy buena calidad)

30 de junio de 2008

Cansada de las Sombras

El Sol nacía de nuevo como cada mañana, la ciudad ya despertaba, pero quedaba alguien inquietó en la cama, una criatura en sombras. Pronto los rayos del astro, como una caricia del amado, tocaron su cuerpo enterrado entre las sábanas de marfil, tras las abundantes pestañas negras se abrieron temblorosamente sus ojos aguamarina, con delicadeza se estiró cual gato y bostezó. Levantándose con lentitud la desdicha se colocó de nuevo en su débil corazón y con la faz triste suspiró como si de entre sus labios se le escapara el alma. Con parsimonia se levantó y ante el espejo se contempló, tan bella como siempre, con sus cabellos cayendo cual bucles de bronce enmarcando una pálida y delicada faz de labios rojos y carnosos, nariz pequeña y respingona, ojos grandes y pupilas aguamarina… Pero nadie podía apreciar dicha belleza, “estoy tan cansada de las sombras” solía decirse.

Como cada mañana después de intentar comer algo, pues cada vez estaba más delgada, asumió su rutina diaria: tejer, contemplar, soñar y temer. Recuerda, cada vez que ve el espejo colgado de la pared, que alguien le dijo cuando aun era niña que si algún día miraba directamente Camelot desde su ventana su final sería la muerte. Pero era joven y “estoy tan cansada de las sombras” se repetía una y otra vez. Así que colocando ese espejo para que diese a la ventana contemplaba día tras día, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, año tras año aquello que ocurría en Camelot y lo tejía mientras soñaba con ser una de esos Caballeros de la Tabla Redonda, con amar como había visto amarse a muchos jóvenes, con llorar como había visto llorar a hijos por la muerte de su padre, con bailar con uno de esos apuestos caballeros, con hablar con las bellas damas, ver y tocar la lluvia, con sentir el frío viento en su carne, con observar el sol y la luna directamente… Pero luego se recriminaba el haber fantaseado con ello y se asustaba, pues sabía que si miraba aunque fuera solo de soslayo, la muerte caería sobre ella. Y así día tras día, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, año tras año pasaba el tiempo y se marchitaba su alma.

Un día resplandeciente de otoño, la dama tejía en el telar una bonita escena de las fiestas otoñales en Camelot, donde la gente reía, cantaba y bailaba sin cesar. Día, tarde y noche. Esa misma mañana cuando el sol más alto estaba desde la torre oyó el ruido de cascos y de armaduras. “Ejército” pensó alarmada y con mirada fija en el espejo esperó la llegada de dicha armada, pero nunca llegó tal mal a Avalon, ni a Camelot, pero si llegó el suyo. A través del espejo observó en la colina que cruzaba el rió a un hombre joven que parecía apuesto, sobre un flamante caballo negro, vestía armadura reluciente y se adivinaba extranjero. Con una mano agarraba fuerte la lanza y con la otra se libró del yelmo. Su rostro varonil de pómulos altos estaba enmarcado por rizos cortos de color ébano, “¿Oh que ven mis ojos? ¿Es amor lo que yo siento?” exclamó la joven y nublada por un turbio deseo dejó de telar y de mirar el espejo, dando dos pasos hacía atrás giró su cuerpo y contempló extasiada al príncipe de sus sueños, tan bello y tan noble caballero… Cuando un estruendoso sonido rompió sus pensamientos y un golpe se los llevó con el viento: El tapiz a medio tejer había volado y el espejo se había roto, “¡La maldición cae sobre mí!” gritó. Con pasos temblorosos bajó con parsimonia la torre y pisando por primera vez el suave césped vislumbró una pequeña barca, esperando largos años su llegada, en ella grabó su nombre y montándose tras vislumbrar entre lágrimas amargas la resplandeciente Camelot, la soltó y se dejó llevar por el río a la deriva.

Así tumbada en la barca, vestida de blanco y plata, cantó su última canción la dama, que con voz alta y baja cantó sus desamores y su desesperanza “Estoy enferma de sombras”, y cayendo sobre ella las rojizas hojas, dejó que sus venas se helaran y su alma escapará con la corriente del rió. Antes de llegar a la orilla su muerte la había vencido. El pueblo, las damas y los caballeros, observaron con extrañeza y curiosidad el cadáver, pues nadie conocía a esa bella muchacha, y Lancelot, su mal, exclamó: “Cuan trágica perdida, un ángel de rostro hermoso se perdió en la tierra, llamado la Dama de Shalott”.
***
Esta hermosa aunque triste historia está inspirada en una de las tantas leyendas artúricas que pulularon por Inglaterra y que salieron a la luz con el nacimiento del Romanticismo en el siglo XIX. Está leyenda, concretamente, es la de la Dama de Shalott, que vivía encerrada en una torre y tenía que mirar el mundo a través de un espejo ya que se decía que una terrible maldición (la muerte, por supuesto) caería sobre ella si miraba directamente al exterior, su torre estaba cerca del castillo de Camelot y tejiendo plasmaba en las telas todo aquello que veía. Un día vio al joven caballero Sir Lancelot y se enamoró de tal forma de él con solo verlo que no pudo evitar la tentación de mirarlo directamente y así la maldición cayó sobre ella. De está forma bajó corriente abajo por el río en un pequeño bote cantando su última canción hasta que la muerte se la llevó. Ha habido muchos que han ilustrado está leyenda artúrica tanto en pintura como en escritura. Como por ejemplo: Uno de los poemas más bonitos que ilustra está leyenda es el poema de “Lady of Shalott” de Lord Tennyson, un poeta romántico inglés.

She left the web, she left the loom,
She made three paces through the room,
She saw the helmet and the plume,
She look'd down to Camelot.
Out flew the web and floated wide;
The mirror crack'd from side to side;
“The curse is come upon me,” cried
The Lady of Shalott.

Ella dejó el lienzo, dejó el telar,
dio tres pasos por la habitación,
vio florecer el lirio en el agua,
vio la pluma y el yelmo,
y miró hacia Camelot.
La tela salió volando y ondeó en el vacío;
El espejo se quebró de lado a lado;
"la maldición cae sobre mí", gritó
la Dama de Shalott.

Waterhouse, pintor prerafaelista inglés, plasma en tres de sus obras escenas de la leyenda de la Dama de Shalott. En la primera, titulada “I’m half sick of shadows”, una escena donde se ve a la joven tejiendo. En la segunda pinta el momento en el que la dama contempla directamente al caballero Sir Lancelot. La tercera pintura plasma cuando la dama baja cantando por el río arrastrado por la corriente.
También ha habido artitas como Loreena McKennitt que cantó el poema de Lord Tennyson o Emilie Autumn que escribió una canción, “Shalott”, dedicada a la historia de la desdichada dama.
(Podréis escuchar ambas si pincháis en los links que os pongo)
http://es.youtube.com/watch?v=tpXdNaXYysk – “Shalott” por Emilie Autumn
http://es.youtube.com/watch?v=QDdAVOz39TA – “The Lady of Shalott” parte I por Loreena McKennitt
http://es.youtube.com/watch?v=_gzLyjelCwQ - “The Lady of Shalott” parte II por Loreena McKennitt
Dusk of Winters.