27 de marzo de 2009

I look at you all in Strawberry fields




Cierra los ojos. Le escuecen. Le da vueltas la cabeza y cree que si da una calada más podrá ver las paredes derretirse. Suena “Strawberry Fields” y parece que todo el cosmos se ha puesto de acuerdo. Oye, cree oír, como su compañero le increpa si puede… -…soltar el porro de una puta vez, Dagna.
Lo oye entre las brumas de su mente, dentro de su casi inconsciencia psicodélica. Y cree que puede intentar despegar sus dedos del canuto.
Dagna, Dagna Kohlheim, se llama ella- para más señas- estudiante alemana de arte en una escuela inglesa de arte de no-se-acuerda-dónde. “Y ahora mismo lo que más me importa es que las paredes dejen de retorcerse y cambiar de color”. Piensa, medita que la mierda que ha traído Stu es demasiado fuerte. Muy, muy, muy fuerte.
Siente que se retuerce con las paredes, que le ahoga el ambiente y necesita, realmente necesita quitarse la cazadora de cuero. Aunque en aquel ruinoso ático los cristales de las ventanas estén rotos y haga un frío de 3 grados como mucho. Siente que si no se deshace de ella va a asfixiarse.
- ¿Stu?
Pasan unos minutos, y no ha recibido respuesta. Intenta enfocarlo con su mirada cobalto y al final lo consigue, cuando Stuart le da la última calada y responde con la voz ronca y ligeramente pastosa, como si se acabara de levantar para ir a la escuela.
- ¿Aja?
Entonces Stu la mira directamente a los ojos. La ve, con el flequillo mojado de sudor, la camisa negra abierta hasta el canalillo, las mangas remangadas y el primer botón del vaquero abierto, enseñando el ombligo. Los ojos le brillan y tiene las mejillas enarboladas. Está sexy, y no es que antes no lo fuera.
- Estoy muy caliente, Stu…
Le murmura con la voz ligeramente ronca, con ese fuerte acento alemán y esa cadenciosa y sexual manera de hablar. De nuevo mira al frente y cierra los ojos dejando escapar algo entre un jadeo y un suspiro fuerte. Stuart se siente como si hubiese metido los dedos en un enchufe, como hizo una vez de pequeño. Electrizantemente electrizado.
- …¿De dónde coño sacaste esta mierda?
- Amigos de John…
- Ya.
- Sí.
Se sumen en silencio, cada uno con su mente en su mundo, y suena “While my guitar gentil weeps”.
- ¡George es Dios!
Grita, levantándose bruscamente, tan bruscamente que oscila atrás y adelante, pero mantiene el equilibrio como bien puede: apoyándose en una de las vigas caídas del mugroso ático donde escapan de la realidad y pasan las horas muertas, porque no tienen otro puto lugar donde dejarse caer. No al menos desde que les echaron del último bareto por “violentos”. Todo hay que decirlo, la violencia era cosa de Kohlheim. Sin ton ni son empieza a berrear la canción, levantando los brazos y moviéndolos.

Stu solo ríe y le da un trago a la cerveza olvidada a su izquierda. La observa mientras se mueve, lo que a él le parece sinuosamente. En el solo de guitarra gira perdiendo el equilibrio y cae de rodillas sobre las piernas de Stuart. Y le canta juntando sus frentes:
“I look at you all see the love there that's sleeping,
while my guitar gently weeps”

Y se cantan, rozándose las narices:
“I then look at you all,
still my guitar gently weeps.”

Y es en ese último solo de guitarra cuando juntan los labios. En un beso profundo que sabe a marihuana, a cerveza y a calor, mucho, muchísimo calor… Se oye el sonido de la aguja de fondo, las canciones del vinilo se han acabado. Nadie se da cuenta, ellos no se dan cuenta.
Dagna siente que Stu tiene que tener también mucho calor, porque ella se quema, dentro de unos segundos arderá espontáneamente como no se quite algo más. Nota las callosas manos de Stu en su cintura, colándose por la cinturilla de sus vaqueros y con sus propias manos le insta a subirlas y deshacerse de su camisa. Ayuda a Stu a quitarse la chaqueta y su propia camisa.
Cuando le ve se le hace la boca agua, despeinado y con la respiración alterada, le besa. No puede evitarlo, de la manera más profunda, quiere llegar a su corazón con la lengua si es precioso. Lamerle de arriba a bajo. Les corre saliva por la barbilla y no podría importarle menos.
Stu se siente como si fuera un animal. Tiene hambre y Dagna parece ser su presa. Se retuerce entre sus brazos, sentada encima de él. Se fricciona contra sus pantalones, frota sus senos contra su pecho, le araña la nuca y la espalda, le tira del pelo, le muerde la barbilla y lame todo el cuello y ahora cree que sabe que sentía Dagna porque el debe tener también fiebre, porque es una bomba a presión a una temperatura muy alta y, definitivamente él también está muy caliente.

Rompe el beso repentinamente, y Stu siente como si cayese… Siente terror en unos segundos pero Dagna le guiña un ojo, se levanta y tira de su muñeca hasta que están los dos de pie.
- Así no hay quien se quite los jodidos pantalones…
Le agarra de la cinturilla, le desabrocha el cinturón, lo lanza lejos, le desabrocha los primeros botones del pantalón y revela el vello oscuro que se pierde en esa parte “tan importante de los tíos, si Steewie porqué es para lo único que servís”. La ve agacharse y le lame desde el ombligo hasta donde el pantalón le permite. Stu no puede evitar jadear más fuerte de lo que desearía. Enlaza sus ojos grises con los azules de su colega mientras oh dios le baja la cremallera y le lame por encima de los calzoncillos antes de que con un tirón violento acabe todo enredado en sus tobillos y él dentro de esa cadenciosa y ardiente boca.
No deja de mirarle a los ojos, que sonríen con una pizca de malicia y mucha burla.
Y él no puede hacer otra cosa que tirar la cabeza hacía atrás y intentar gemir lo menos posible mientras esa lengua, esa maldita y pervertida lengua, le sigue haciendo esas maravillosas cosas que a saber en que puto antro alemán ha aprendido a hacerlo. Pero en ese momento, cuando se viene en la boca de su compañera, embistiendo por la fuerza del orgasmo, no le puede importar menos. No en ese momento donde los colores desaparecen y solo hay blanco. Explosivo y cegador blanco. No le importa una mierda.

Siente la última lamida y intenta normalizar su respiración. Dagna se irgue en todo su metro sesenta y seis y le mete la lengua hasta la campanilla. Nota su sabor y no le asquea. Intenta no perder una batalla que sabía que desde el principio lo estaba.
- Creo que ahora me toca a mí, ¿no?
Le empuja, cae de culo y su cabeza se golpea contra la pared. A Dagna no puede importarle nada menos en ese momento. Si tiene una hemorragia cerebral en ese momento ¡qué se joda y espere! Ahora le toca a ella aliviarse a consciencia… Mientras piensa esto se deshace de sus pantalones y camina desnuda, con los botines únicamente puesto, hacía el vinilo.
- Quiero follar contigo mientras suena nuestra canción.- se lo confiesa.
Canta mientras se acerca, y Stu no puede evitar sentirse duro de nuevo, solo con la visión de Dagna frente a él, desnuda, perfecta, sexual, y pornográficamente apetecible con sus botines puestos y su sonrisa malintencionada.
Sin aviso se sienta en su regazo y le devora con la boca. Stu no lo aguanta más y le gruñe mientras ella pasea su caliente lengua por la barbilla:
- Pásame tus pantalones…
- ¿Para que coño quieres ahora mis pantalones?
- Los llevas ahí ¿no?
Su ceja se alza, se le nota que empieza a mosquearse.
- No querrás que te haga un bombo ¿no? Aún no siento tu instinto maternal latente.
Ella estalla en carcajadas. Vibra toda ella y todo él.
- ¿Qué coño es eso?- se acerca a gatas hasta ellos y saca un preservativo, profiláctico, condón, goma o como coño quiera la gente llamarlo y sin esperar a que Stu se lo diga rompe el envoltorio con los dientes y se lo pone.
- ¿Preparado para el mejor polvo de su vida, Stuart?- le pregunta tragando saliva cuando él le contesta con el primer movimiento de cadera ya dentro suya.
A partir de ese punto todo se vuelve como al principio, solo que más sucio y más vivo. “While my guitar gentil weeps” no deja de sonar en el ático, su melodía y la voz de George Harrison rebota en las paredes ajadas acompañadas por los jadeos y gemidos de los dos jóvenes. Tienen veinte años y se sienten llenos de vida.
Sudan y hace calor aun cuando la temperatura en el exterior ha bajado a un grado. Es invierno pero ellos deben estar en algún tipo de selva tropical porque sienten que se ahogan y necesitan más aire, más lengua, más manos, más de todo, cuando en realidad no saben lo que necesitan. Tampoco es que les importe mucho, se necesitan el uno al otro mientras gimen, penetran, se arañan, se aprietan, se acarician, se lamen, se chupan, se comen… Saben que están a punto y Dagna le susurra a Stu entrecortadamente “Still my guitar gentil weeps” antes de tocar el cielo con las puntas de los dedos. Él echa la cabeza hacia atrás y se pega contra la pared, ella cierra fuertemente los ojos. Cada músculo de su cuerpo se tensa para luego temblar, y sentir que se deshacen… Dagna piensa que finalmente se derrite con las paredes, encima de ese maravilloso chico que conoció cuando entro en la Escuela de Arte y con el que en dos años a compartido mucho más que con cualquiera.
Se besan lentamente, incluso tiernamente, laxos en los brazos del otro. Las lenguas se deslizan cansadas dentro de la boca del otro.
No saben si es el efecto del alcohol, del porro, del polvo, de todo junto o de cualquier otra cosa, pero les parece que el cielo nublado de Liverpool resplandece con más fuerza.
En realidad no sabrán nunca porqué les pareció así en ese momento.
Pero sintieron que el mundo era un sitio mejor.
Mucho mejor.

Dusk von Winters.
Andrea Roca Falcón.

21 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa V

- Señora, el carruaje os espera- informó.
La joven platina hizo un ademán con la mano que significaba que lo había oído. Dos de sus sirvientas estaban acabando de vestirla y un sirviente junto con el hombre que le había anunciado que el carruaje esperaba, cargaban con él sus ropas y objetos personales que se llevaría con ella. Una sirvienta jovencita le colocaba la gargantilla mientras Madonna, la vieja mujer, llorosa acordonaba entre hipidos el corpiño de su señora.
- Puedes marcharte- ordenó a la sirvienta más joven cuando acabo de ponerle la gargantilla.
- -Si señora, que tenga un buen viaje- se inclinó y se fue. La mujer mayor acabo también de acordonar el corpiño, pero se quedó con la cabeza gacha y la mirada perdida en el lazo del cordón que acababa de hacer.
- Madonna no te aflijas- ésta al oír las palabras de sus señora no pudo aguantar el llanto más y lloró entre hipidos y grititos, cayendo de rodillas al suelo y cogiendo fuertemente la falda de la Condesa.- ¡Por favor Madonna, basta ya!- espetó- ¡Levántate del suelo! ¡Basta!- furiosa hizo un brusco movimiento hacia atrás haciendo que la sirvienta dejara de tocar la falda y se llevara las manos a la cara, con vergüenza.
- Mí señora, por favor- la miró a los ojos y se arrastró aun de rodillas, la condesa la miró enojada- nos va a abandonar para siempre… ¡A mí que la he visto crecer!- los ojos argentes la miraron con compasión y acuclillándose a su lado le dijo:
- Tranquilízate Madonna- está la miró cuando aun corrían lágrimas por su rostro- Y te pido, per favore, que cuides de padre en mi ausencia…
La noble se levantó.
- Claro señora, no dejaré que le ocurra nada.
- Solo en ti puedo confiar, Madonna- con una leve sonrisa se despidió dirigiéndose hacia fuera del que había sido su dormitorio durante 22 largos años. Su refugio plagado de recuerdos. Las paredes que habían conocido su amor prohibido- Adiós. Que Dios esté contigo.- se marchó.

9 de marzo de 2009

La Camarera de la Condesa IV

La mansión estaba más silenciosa de lo normal.
Daniella y otra mujer se encontraban recogiendo, limpiando y adecentando la salita privada de su señora. Mientras Daniella recogía los libros apilados encima de la mesita de té de la Condesa y la otra mujer estaba intentado quitar los pegotes de cera de la repisa de la chimenea dorada, oyeron un estruendo que salía del dormitorio de la Condesa, ya que la puerta estaba entreabierta. De repente salió la joven a medio vestir.
- ¡Marchaos las dos!- ordenó barriéndolas con una mirada fría- ¡Deseo estar sola!
Después de esto se dejó caer en el diván y miró de nuevo a las jóvenes.
- ¿A qué esperáis?- dijo suavemente con un timbre que no presagiaba nada bueno.
Ambas se inclinaron y Daniella cruzó su mirada fugazmente con la de la Condesa.

Al cabo de unos minutos, de vuelta, Daniella cerró tras ella las puertas con suavidad. Escudriñó el interior de la habitación, pero no vio rastro de la joven platina. Desde ahí se podía ver con claridad el diván que había quedado vacío. Recorrió con su mirada la salita que estaba igual a como la habían dejado ella y Madonna- la otra sirvienta-, con la excepción de una vasija de plata bruñida que estaba tirada en el suelo con marcas de tacón y un jarrón de porcelana fina en azules y verdes, regalo de su padre de cuando fue de viaje a España, estaba hecho trizas en el suelo. De repente Daniella oyó el ruido del cristal al romperse que salió del dormitorio. Con el corazón en un puño, corrió hacía la cámara y abrió la puerta.
- ¿Qué…?- sus ojos se abrieron de par en par al comprobar el estado del dormitorio de la noble.
Por el suelo habían esparcidos montones de papeles y lienzos, el caballete tirado en el suelo, pinceles y oleos- que cargaban el ambiente con un olor fuerte- las plumas de las almohadas volaban por la habitación, un dosel colgaba rozando el suelo y el maravilloso espejo de cuerpo entero estaba hecho añicos, algunos trozos aun pendían amenazantes y sentada con el puño sangrante estaba la implacable condesa en ropa interior, con la cabeza gacha y temblando imperceptiblemente.
- Daniella…- murmuró entre las hebras platinadas.
Daniella cerró la puerta tras ella y se acercó hacía Cordelia, se quedó de pie junto a ella. Expectante. La platina enlazó su mirada dura con la chocolate de la joven sirvienta. Los surcos de lágrimas manchaban la pálida piel de la cara, ésta no pudiendo soportar por más tiempo el contacto visual, bajó de nuevo la mirada, apretó los puños y un sollozo rabioso escapó de su interior. Daniella por fin reaccionó, se arrodillo junto a ella y la tomó en sus brazos. Abrazándola fuertemente, acariciando su blanco cabello, mientras sentía sus compulsiones. Daniella lloró con ella, sintió su dolor y rabia.

Transcurrieron los minutos que se convirtieron en horas. Cordelia levantó la cabeza encontrándose con una Daniella llorosa. La noble sonrió imperceptiblemente.
- Tranquila- le besó dulcemente los labios- la que alberga rabia soy yo ¿eh?
- Idiota- la empujó flojamente. Cordelia para no caer hacía atrás se apoyó con las manos en el suelo y su cara se desencajó en una mueca de dolor.
- Déjame ver tu mano- Daniella cogió la herida mano de su amante y la examinó. Varios rasguños y un corte limpio en uno de los costados.


- No era nada-replicó la platina, mientras sentadas en la cama Daniella le vendaba la mano, después de limpiar las heridas.
- ¿Qué te ocurría?-preguntó de repente, aun vendando con cuidado la mano pálida de la noble.- ¿Qué te ocurría amor?-insistió por el silencio de Cordelia.
- ¡Odio a ese hombre!-soltó. Daniella se tensó pero no dejo de vendar con sumo cuidado la mano herida. El silencio de ésta invitó a Cordelia a proseguir.- Mi padre, a partir de mi suplica, ha intentado poner miles de obstáculos para poder deshacerse de él. Pero todo cuanto le pedí a mi padre, todas las condiciones que le puse, pensando que así ese hombre me tacharía de soberbia e ingrata y todo pensamiento de contraer nupcias conmigo se iría de su mente. A fracasado estrepitosamente…- bufó. Daniella terminó de vendarla pero no apartó los ojos de la mano, ya que se le estaban humedeciendo y no quería que Cordelia lo viese, tenía que ser fuerte. Se iba a casar con un noble de Nápoles, el Duque no-se-qué, protegido del rey Carlos III. No la vería más, pero su corazón estaría siempre con ella.- Pero aun que vaya a pertenecer a ojos de Dios a ese noble, al menos podré disfrutar de ciertos placeres: una biblioteca y cámara privada…- miró de reojo a la joven castaña que seguía mirando su mano intentando esconder sus lágrimas, Cordelia sonrió de medio lado- y, lo más deseado por mi. Que mi bella camarera venga conmigo siempre…- Daniella sollozó y sonrió ampliamente. Levantó la cabeza y le besó, le besó expresando todo el amor que había dentro de ella y descargó todo el miedo acumulado.
Ya nada le separaría. Ni el mismísimo ministro de Dios.