14 de marzo de 2011

Sin título V

Viernes por la noche. La luna ilumina el jazminero que sube por la pared de su casa y se cuela en su pequeño balconcito y se refleja en la mar que se mueve calmada.

Está sentada frente al escritorio rodeada de papeles arrugados y no tanto por la mesa, por el suelo, en resumen: a su alrededor. Lleva más de dos horas lidiando con un trabajo que tiene que entregar el próximo mes, un trabajo de redacción. A Julia no le cuesta redactar nada, es a quien acuden Mercè y Vicent cuando tienes que escribir, a quien acude incluso su madre para que le redacte unas palabras para el discurso de inauguración de los festejos. Pero ahora, no-le-salen. Está bloqueada, totalmente bloqueada. Son las doce y media de la noche y oye como sus padres se acuestan y la casa se queda a oscuras. Piensa que una estudiante de primero de carrera debería estar de fiesta, borracha, drogada, desfasada bailando en algún antro frecuentado por estudiantes tan borrachos, drogados y desfasados como ella, en el supuesto de que estuviese de fiesta y no intentando hacer un trabajo que es para ¡el mes que viene!

En ese momento su móvil vibra y ella se sobresalta tanto que cae de espaldas con silla incluida, sobándose el hombro lo descuelga sin mirar quien llama:

-¡¿Qué?!- espeta.

-¡Ey! Perdona- escucha una voz masculina. Es Vicent- no quería molestarte.

-No, no- se disculpa- es que me has dado un susto de muerte, tío.

Oye una risa contenida al otro lado de la línea.

-No te rías ¡cabrón!

- ¡No me río!- miente- Bueno ¿te vienes a dar una vuelta?

- Tengo que acabar un trabajo- Vicent le insiste a sus excusas hasta llegar a su último recurso: llevarle coca de su tía, que sabe que la vuelve loca- Sí me lo dices así…

-Quieres decir “si te compro así…”- Julia ríe y acepta.

Quedan dentro de diez minutos en el poste del cruce de su calle. Vicent irá con la bici.

Es un sitio bastante oscuro, a las afueras del pueblo, cerca de donde vivía Julia, en una de las carreteras que marchaba hacía el norte muy cerca del mar. Han quedado en el poste que indica el nombre del pueblo y sus atractivos turísticos acompañado por una farola y la luna menguante.

Julia mira hacia el sur, calle arriba, y ve a Vicent acercarse pedaleando. Le sigue con la mirada hasta que derrapando se para a su lado. A Julia se le han llenado los pies de tierra y fulmina a Vicent con la mirada, este por toda contestación le sonríe como disculpa y le dice:

-Monta.

-¿Dónde vamos?

- A La caseta del bruixot.

La caseta del bruixot. No es propiamente una casa “pequeña” sino todo lo contrario. Una gran masía a las afueras del pueblo situada en un pequeño montículo con unas vistas excelentes al mar. Hará casi un siglo que está abandonada, impone y da un poco de miedo. Es la amenaza que utilizan todos los padres con sus hijos, dicen que hay un brujo y que se comen a los niños… Pero los gritos que se oyen no son precisamente de terror. Vamos, cuando te haces un poco mayor, adolescente, conoces que es, en muchas ocasiones, el picadero del pueblo.

Ahí entra el que Julia no entienda muy bien que pintan ellos dos en ese sitio. Sí, tiene unas vistas estupendas, pero no le apetece contemplarlas con la banda sonora de una película porno. Vamos, no entraba en sus planes.

-¿Por qué vamos a la caseta?- le dice al oído desde su espalda.

- Me apetece salir del pueblo…

- Pero ¿al picadero mayor?

- No pienses cosas raras, Julia- le dice medio serio- Lo tuyo y lo mío es imposible.

Julia sabe que, aunque su voz suene seria, esta tomándole el pelo, aunque eso no quiere decir que lo que dice no sea verdad.

Sí, cuando Vicent y Julia se conocieron estuvieron a punto de caramelo un par de veces, pero al irse conociendo mejor todo se troncó, se veían como hermanos y uno no se acuesta con sus hermanos a menos que sea parte de la realeza u holandés.

-Gilipollas…-le insulta bajito y le muerde el hombro. Vicent insiste en que por mucho que intente seducirle no lo va a conseguir. Julia decide que llenarle la mejilla de babas es el mejor ataque que se le ocurre y por el que casi se chocan contra un pino.

Después de un par de minutos más pedaleando cuesta arriba haciendo el camino en un silencio cómodo, escuchando el sonido de las olas rompiendo en el acantilado, llegan a las faldas del montículo y arriba les espera La caseta del bruixot, tan tenebrosa como siempre. Cuanto morbo tiene que tener la gente para hacerlo ahí.

Suben por el sendero iluminado por la luna menguante. Vicent anda a su lado con la bici y Julia tropieza y cae. Cuando se levanta tiene las manos llenas de tierra y peladas. Tiene ganas de matar a Vicent por insistir en subir a ese sitio y tiene ganas de suicidarse por haberle hecho caso.

-¿Estás bien?

-Sí, joder.

Llegan a la entrada y se cuelan entre los barrotes oxidados que guardan la masía abandonada. La vegetación del jardín ha crecido libre y sin ningún orden, aun así la vista es bonita. Hay un gran rosal de rosas amarillas que despide perfume que se encarama pared arriba hasta casi el tejado de la casa. Se sientan cerca de allí y Vicent saca la botella de agua que lleva siempre en la bici, caliente y se la echa en las manos a Julia, está se queja porque le escuece.

-Eres una quejica.

-Cállate. La culpa es tuya por querer subir a este sitio.

-Y tuya por seguirme- le retira con cuidado la tierra que se ha quedado entre las peladuras.

Julia le observa. La luz lunar hace un extraño efecto en él. Parece más alto y más guapo y sus ojos increíblemente brillantes. Vicent le mira y sonríe, con esa sonrisa sin enseñar los dientes, como la de Mercè, que es inmensa. Dios, como la echa de menos…

Se quedan en silencio un rato y Vicent le pregunta por Mercè.

-Tenía una cita.

Vicent levanta las dos cejas y se rasca la barba incipiente.

-¿Con una tía?

-Obviamente Vicent, es lesbiana.- le contesta con retintín.- Qué pregunta más estúpida- murmura.

-Vale, ahora dime qué te pasa.

Julia le mira con extrañeza.

-¿Cómo que qué me pasa?

-Julia, a mí no me engañas, se que te pasa algo con Mercè solo por el tono de “tiene una cita”- le rodea los hombros con el brazo y la abraza.

- No me pasa nada…- Julia suspira y fija su vista en la luna, apoyando su rubia cabeza en el hombro del chico- Es solo que… Solo que la echo de menos.

Vicent sonríe, comprensivo, y le acaricia la cabeza pasando los dedos por su pelo. Siempre le ha gustado el pelo lacio y suave de Julia.

- Lo entiendo, yo también la echo de menos, pero es normal Julia, a mí me pasó lo mismo el primer año. No paraba por casa…

-¡Pues yo debo ser de otro mundo porque no le veo nada del otro mundo a la capital!- exclama jugando con el bajo de su trenca.

- Bueno, sus razones tendrá Mercè para estar allí, pero estoy seguro de que no nos ha olvidado.

-No, no, eso lo sé. Ayer mismo quedé con ella, es solo que… No estoy acostumbrada a no tenerla siempre a mi lado, solo eso. La echo de menos y me da rabia que a ella no le pase lo mismo.

Pocas veces sale a la luz está parte de Julia. No es que sea poco sensible, pero se siente muy expuesta hablando de estas cosas. Le enternece esta parte de la rubia, en realidad se ve tan desvalida cuando baja el tono de voz hasta convertirse en un susurro, baja la cabeza y cierra los ojos. Vicent no puede evitarlo y la abraza con fuerza.

Se quedan un buen rato abrazados, Vicent piensa que él también echa de menos a la tarongeta más de lo que le gustaría. Sí, Vicent, aún sabiendo que no tiene oportunidad, siente algo especial por esa explosión de alegría, risas y rizos rojos. La echa de menos de día y de noche, tumbado y sentado, en clase y en la cama de otra. Y no lo puede evitar. No sabe si quiere evitarlo, como siempre le dice Julia “es una reina del drama”.

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Dedicado a Esther por la lata que me da para que suba cosas nuevas (aunque esto no es nuevo) y ¡espero que así siga!