20 de agosto de 2010

Sin título II

Está sola, hoy. Vicent ha bajado a la capital ha comprar no-se-qué material para el curso que iba a empezar y Mercè está ayudando a su madre a limpiar y pintar la barca que usa para ir a pescar. Así que se baja a la playa, aunque era verano ya no se ve tanto turista ni tanta gente a estas horas, ha amanecido con un cielo repleto de negras nubes de tormenta que parecen reticentes a marcharse. Seguramente habría tormenta por la noche.
Y allí está, sentada en la arena con la guitarra entre sus manos preparada para desgranarle a la mar alguna melodía.

La brisa del mar mezclada con el viento de tormenta remueve sus cabellos dorados y oye tintinear sus pendientes cuando chocan contra su cuello, cierra los ojos y respira profundamente.

A su abuela le gustaba pasear por la playa justo antes de que se produjeran las tormentas. Su abuela Julia. No sabe porque sus dedos rozan las cuerdas de la guitarra, tocan los acordes de una canción de los Beatles que lleva su nombre. Aún con los ojos cerrados se sumerge en la canción y murmura la letra.

Julia, Julia, morning moon, touch me
So I sing a song of love, Julia.
When I cannot sing my heart
I can only speak my mind, Julia.
Julia, sleeping sand, silent cloud, touch me
So I sing a song of love, Julia

Está tan concentrada en la canción que incluso parece formar parte de ella y le parece que otra voz canta la canción. Incluso los “mmms” le suenan más vibrantes y cercanos. Pero, como todo, la canción llega a su final con un sin fin de “Julias”, y deja de rozar las cuerdas y le embarga un sentimiento nostálgico… Pero el momento es casi perfecto: las primeras gotas de lluvia, la mar, los restos de una canción agridulce y…

- Estos Beatles siempre tan cursis.

Julia tan ensimismada y concentrada en la canción pega un pequeño bote asustada. No se había percatado de que nadie más estaba allí y se gira y la ve: es una joven de pelo negro y corto, labios pintados de rojo que sujetan un cigarro medio consumido, y chupa de cuero ajustada al cuerpo que la mira con una sonrisa de medio lado un tanto perturbadora y ojos burlones.

- Aún así parece que te sabes la canción- le contesta un poco azorada, con las mejillas un tanto tintadas de rojo. Sorprendida con las defensas bajadas.
- Son cosas que pasan, nena- le guiña un ojo y le da una calada al cigarro- ¿Te he asustado?- pregunta con un tono de burla.

“Gilipollas” piensa Julia. Pero ¿quién coño se cree esa para burlarse de ella? ¿Por qué coño sigue ahí plantada? ¿Por qué la mira tan fijamente? ¿Por qué le está poniendo tan nerviosa?
Julia vuelve a girarse para fijar su mirada en el mar cuando siente que la chica se ha sentado a su lado, muy cerca y demasiado.

- ¿No te aburres en este pueblucho?

¿Pueblucho? Entrecierra los ojos sin dejar de mirar las olas. Esperando a que la otra chica se canse de su silencio, se levante y se largue de una vez. Qué se largue con ese perfume que despide mezclado con tabaco que le resulta un poco mareante y que se lleve con ella las putas mariposas de su estómago.

- ¿Cómo te llamas?-le pregunta, Julia se gira y ve cono pega su última calada al cigarro consumido, como el humo sale de entre sus labios pintados y se marcha con el viento de tormenta, y la hipnotiza. Un chasqueó de lengua le devuelve al mundo.
- Julia- contesta secamente, volviendo a fijar su mirada en el agua marina. Determinada a no volver a mirarla.
- ¿Cómo la cursilería que has tocado?- se ríe y un escalofrío de rabia recorre el cuerpo de la rubia, solo y solamente de rabia- Seguro que tus padres se magrearon con esa canción.
- Seguro- contestó sarcástica.
- Me largo- informó la pelinegra- Hasta nunca nena- se levanta y se espolsa la arena sin ningún cuidado por su se la tira a Julia que solo aprieta los dientes. Con grandes zancadas se aleja de allí y al rato desaparece con el rugido de una moto carretera abajo, dirección a la capital.

Eso espera Julia, que sea “hasta nunca”. Menuda desagradable gilipollas, si todos en la capital son así no sabe como coño va a conservar la cordura y el pacifismo, porque ha tenido verdaderas ganas de rodearle el cuello con las manos, tumbarla e inmovilizarla contra la arena y besarla hasta que deje de respirar…

¡¿Besarla?! Quería decir “ahogarla” no besarla. ¿Para qué? No es como si ella quisiera besarla. No, no, no. A Julia no le gustan las mujeres, no. Menos aún esa gilipollas insufrible. Esas mariposas y sentir la cabeza totalmente embotada de sangre ha sido por la rabia, los nervios no eran ese tipo de nervios. No. Le temblaban las manos por la rabia, la furia que ha despertado y que nunca había sentido.

Entre sus cavilaciones empiezan a caer las primeras gotas de tormenta y un rayo cae mar adentro. Cuando se da cuenta está bastante mojada y la mar se ha enfurecido de la misma forma que ella. Cogiendo la guitarra sin taparse la cabeza corre lo más rápido que puede hacía casa. Necesita sentir el viento frío chocar contra su cara.

Porque está tan caliente de furia que siente que va a arder espontáneamente si no se le enfría la cabeza y el cuerpo.

15 de agosto de 2010

Sin título I

Julia. Todos la llaman Julia. Por su segundo nombre, el nombre de su abuela materna. Ya se ha acostumbrado, su primer nombre es como si no hubiese existido nunca, solo se acuerda de él cuando algún desconocido hojea su DNI o cuando le llama algún nuevo profesor. Siempre le ha costado responder a ese ajeno nombre. Ella es Julia, y siempre será Julia. Esa niña de cabellos rizados y dorados, ya no tan rizados e igual de dorados; con esa sonrisa amplia, expansiva y sincera que se ha dulcificado; esa niña delgadita y bajita, ya más curvada y no tan alta como hubiese deseado; esa niña de grandes ojos azules y expresivos que miraba el mundo con un inmenso interés; interés que ha menguado con los años. Se ha convertido en una joven que aparenta menos de lo que tiene, pero sabe más de lo que aparenta.

Le encanta el mar, nunca podría vivir sin saber que cerca suyo esta el mar. Le gusta tocarle baladas al mar, es su más íntimo confidente; cantarle sus alegrías y tristezas a capela, mientras llora o ríe. Lee la prensa por la mañana mientras mastica una tostada con mermelada de frutas de frambuesa y bebe zumo de naranja; estudia por las tardes, lee Whitman por la noche y fantasea con un mundo mejor y menos real que en el que vive. Escucha música de otro siglo, loa a los grandes de los '70 mientras susurra sus letras y aprende sus acordes. Esa es Julia, la que está estudiando duramente en su último año de instituto para poder entrar en la facultad que quiera, porque, entre una de las cosas que es Julia es bastante más insegura de lo que le gusta reconocer; sopesa las cosas mil y una veces e intenta no dar pasos en falsos porque riesgo no es una de las palabras que entra en su vocabulario personal.

Julia tiene amigos, pocos, se pueden contar con la palma de una mano, siempre ha sabido que era suficiente. Pocos, muy buenos, confiables. La conocen al dedillo y ella los conoce a ellos y los quiere aunque a veces tenga ganas de tirarlos por la ventana. Mercè toca el piano y a veces se juntan en su casa, cerquita de la costa, y le tocan a la noche; al mar y a la luna. Mercè, con esos ojos miel, llena de pequeñas pequitas que se llenan de color en verano, con esa dulce voz y esa melena leonada llena de rizos pelirrojos: tarongeta la llama su madre a lo que ella frunce el ceño, pero se sabe que el día que no oiga más ese apodo llorará hasta al extenuación. Su madre es la única familia que tiene- después de que muriese su abuelo- y la pescadora se esfuerza para que su hija tenga estudios y un futuro mejor. Julia vive con sus padres, matrimonio de esos que poco quedan, de esos en los que aún se respira amor entre los cónyuges incluso después de 20 años juntos, su abuela materna también murió y sus cenizas las cobija ahora el mar. Vicent es su otro pilar, ese chico con el que se puede hablar de todo, en cualquier momento y con cualquier entonación e intención. Es con el que comparte largas charlas filosóficas mientras él está pescando en el espigón, a la luz del atardecer mientras Mercè tararea alguna cancioncilla tradicional y busca algún bicho de mar entre las grandes rocas, con los vaqueros arremangados por encima de los muslos. Vicent, al que llaman van Gogh, porque se le da de miedo pintar y lo hace de una manera tan expresiva que te se saltan las lágrimas al ver tanto talento en tan poca chicha. Vicent es alto, espigado y delgado. Lleva el pelo negro muy corto y barbita de pocos días. Es más mayor que ellas, un par de años, aunque no los aparente. Estudia en la capital Bellas Artes pero vuelve todos los días en autobús a casa; les confesó que no podría estar un día fuera de su pequeño pueblo y lejos de su gente. Tiene las manos finas y tersas como las de una chica y tiene los ojos más bonitos que Julia ha visto nunca rodeados de una espesísima fila de pestañas negras, de un color indescifrable que muda con su humor y con el tiempo. Se lleva de miedo con la madre de Mercè con la que se va muchas noches a pescar y vive con sus tíos- sus padres murieron en un accidente cuando él era un renacuajo- y los considera sus padres. Su tía es profesora del instituto y Julia mantiene largas charlas con ella sobre política y actualidad. Muchas veces se reúne con ella después de las clases.

Si algún día le preguntaran cual es, hasta ahora, el mejor día de su vida diría que aquel en el que Mercè, Vicent i ella se tumbaron en la playa a ver la lluvia de estrellas de finales de Julio, con el mar lamiendo sus cuerpos tumbados en la orilla. Una noche muy cálida y con apenas brisa marina. Ese día en el que rieron y hablaron y vieron salir el sol y se durmieron enredados los unos en los otros mientras los primeros y más madrugadores pescadores salían a la mar.

Por supuesto a Julia le gustan los chicos. La primera vez que conocieron a Vicent estuvo a punto de enrollarse con él pero ambos sabían que no iba a funcionar. Vicent bromea con Mercè cuando mira más de lo que debe a una chica y ella solo le guiña un ojo y le saca la lengua. No ha dicho nada nunca, pero no hacen falta palabras cuando se conoce a una persona tan bien como Julia conoce a la tarogeta. Julia se ha percatado que Vicent también suele mirar más de lo debido a Mercè, aunque sabe que la guerra está perdida de primeras.

Claro, lo que Julia no sabía mientrás estaba sentada en el balcón de su habitación con los pies colgando de entre las barabdillas blancas, mientras respiraba la brisa del mar y escuchaba 'Till tomorrow era que esa y otras muchas cosas más estaban a punto de quebrarse como la tierra en tiempos de sequía. Que esa seguridad fingida suya iba a desplomarse sin previo aviso una tarde de verano.

1 de agosto de 2010

I

Atraviesa la puerta, sin darse cuenta que no ha llegado a cerrarse del todo. La casa está en penumbra, la luz de las farolas atraviesa los cristales sin cortinas echadas. El silencio se rompe por la respiración acelerada de alguien que está al borde de un ataque de nervios, sin oxígeno que le llegue a los pulmones, al cerebro, al corazón…

“¿Corazón? ¿Como puede tener alguien como ella eso?”

Tiembla de arriba abajo. Da dos pasos y enciende la luz. Toda la estancia se ilumina. Se refleja en el espejo y se ve llena de sangre, de la cabeza a los pies, sus ojos incrédulos se reflejan en el pequeño espejo. Se asusta y trastabilla hacía atrás cayendo al suelo, sus manos manchan la moqueta de carmesí.
- ¿Qué…qué coño está…?
Rompe a llorar. Se siente sucia, confusa, asustada, horrorizada. La angustia atenaza su tráquea, la ahoga. Vomita.
Su mirada es la del máximo estupor y sorpresa. Esta paralizada. No sabe qué hacer, cómo reaccionar.
- Heather…
Así se llama. La están llamando.
- Estoy aquí…- susurra, sin mover más músculo que la lengua- Estoy aquí- reacciona, se agacha a su lado y la abraza fuertemente. La mece contra si mientras oye sus sollozos quedos y rotos- Estoy aquí- repite mientras le acaricia la cabeza.

Han pasado 3 semanas y no hay un día en el que Heather se levante sin tener pesadillas. No hay un día que no piense qué pasó esa noche. Pero, no sabe porqué, tiene miedo a preguntar, le asustan a las respuestas… Pero ¿hay respuestas?


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No prometo que continue. Siento que sea tan poca cosa y que no valga mucho la pena, pero desgraciadamente últimamente no doy para más.