15 de agosto de 2010

Sin título I

Julia. Todos la llaman Julia. Por su segundo nombre, el nombre de su abuela materna. Ya se ha acostumbrado, su primer nombre es como si no hubiese existido nunca, solo se acuerda de él cuando algún desconocido hojea su DNI o cuando le llama algún nuevo profesor. Siempre le ha costado responder a ese ajeno nombre. Ella es Julia, y siempre será Julia. Esa niña de cabellos rizados y dorados, ya no tan rizados e igual de dorados; con esa sonrisa amplia, expansiva y sincera que se ha dulcificado; esa niña delgadita y bajita, ya más curvada y no tan alta como hubiese deseado; esa niña de grandes ojos azules y expresivos que miraba el mundo con un inmenso interés; interés que ha menguado con los años. Se ha convertido en una joven que aparenta menos de lo que tiene, pero sabe más de lo que aparenta.

Le encanta el mar, nunca podría vivir sin saber que cerca suyo esta el mar. Le gusta tocarle baladas al mar, es su más íntimo confidente; cantarle sus alegrías y tristezas a capela, mientras llora o ríe. Lee la prensa por la mañana mientras mastica una tostada con mermelada de frutas de frambuesa y bebe zumo de naranja; estudia por las tardes, lee Whitman por la noche y fantasea con un mundo mejor y menos real que en el que vive. Escucha música de otro siglo, loa a los grandes de los '70 mientras susurra sus letras y aprende sus acordes. Esa es Julia, la que está estudiando duramente en su último año de instituto para poder entrar en la facultad que quiera, porque, entre una de las cosas que es Julia es bastante más insegura de lo que le gusta reconocer; sopesa las cosas mil y una veces e intenta no dar pasos en falsos porque riesgo no es una de las palabras que entra en su vocabulario personal.

Julia tiene amigos, pocos, se pueden contar con la palma de una mano, siempre ha sabido que era suficiente. Pocos, muy buenos, confiables. La conocen al dedillo y ella los conoce a ellos y los quiere aunque a veces tenga ganas de tirarlos por la ventana. Mercè toca el piano y a veces se juntan en su casa, cerquita de la costa, y le tocan a la noche; al mar y a la luna. Mercè, con esos ojos miel, llena de pequeñas pequitas que se llenan de color en verano, con esa dulce voz y esa melena leonada llena de rizos pelirrojos: tarongeta la llama su madre a lo que ella frunce el ceño, pero se sabe que el día que no oiga más ese apodo llorará hasta al extenuación. Su madre es la única familia que tiene- después de que muriese su abuelo- y la pescadora se esfuerza para que su hija tenga estudios y un futuro mejor. Julia vive con sus padres, matrimonio de esos que poco quedan, de esos en los que aún se respira amor entre los cónyuges incluso después de 20 años juntos, su abuela materna también murió y sus cenizas las cobija ahora el mar. Vicent es su otro pilar, ese chico con el que se puede hablar de todo, en cualquier momento y con cualquier entonación e intención. Es con el que comparte largas charlas filosóficas mientras él está pescando en el espigón, a la luz del atardecer mientras Mercè tararea alguna cancioncilla tradicional y busca algún bicho de mar entre las grandes rocas, con los vaqueros arremangados por encima de los muslos. Vicent, al que llaman van Gogh, porque se le da de miedo pintar y lo hace de una manera tan expresiva que te se saltan las lágrimas al ver tanto talento en tan poca chicha. Vicent es alto, espigado y delgado. Lleva el pelo negro muy corto y barbita de pocos días. Es más mayor que ellas, un par de años, aunque no los aparente. Estudia en la capital Bellas Artes pero vuelve todos los días en autobús a casa; les confesó que no podría estar un día fuera de su pequeño pueblo y lejos de su gente. Tiene las manos finas y tersas como las de una chica y tiene los ojos más bonitos que Julia ha visto nunca rodeados de una espesísima fila de pestañas negras, de un color indescifrable que muda con su humor y con el tiempo. Se lleva de miedo con la madre de Mercè con la que se va muchas noches a pescar y vive con sus tíos- sus padres murieron en un accidente cuando él era un renacuajo- y los considera sus padres. Su tía es profesora del instituto y Julia mantiene largas charlas con ella sobre política y actualidad. Muchas veces se reúne con ella después de las clases.

Si algún día le preguntaran cual es, hasta ahora, el mejor día de su vida diría que aquel en el que Mercè, Vicent i ella se tumbaron en la playa a ver la lluvia de estrellas de finales de Julio, con el mar lamiendo sus cuerpos tumbados en la orilla. Una noche muy cálida y con apenas brisa marina. Ese día en el que rieron y hablaron y vieron salir el sol y se durmieron enredados los unos en los otros mientras los primeros y más madrugadores pescadores salían a la mar.

Por supuesto a Julia le gustan los chicos. La primera vez que conocieron a Vicent estuvo a punto de enrollarse con él pero ambos sabían que no iba a funcionar. Vicent bromea con Mercè cuando mira más de lo que debe a una chica y ella solo le guiña un ojo y le saca la lengua. No ha dicho nada nunca, pero no hacen falta palabras cuando se conoce a una persona tan bien como Julia conoce a la tarogeta. Julia se ha percatado que Vicent también suele mirar más de lo debido a Mercè, aunque sabe que la guerra está perdida de primeras.

Claro, lo que Julia no sabía mientrás estaba sentada en el balcón de su habitación con los pies colgando de entre las barabdillas blancas, mientras respiraba la brisa del mar y escuchaba 'Till tomorrow era que esa y otras muchas cosas más estaban a punto de quebrarse como la tierra en tiempos de sequía. Que esa seguridad fingida suya iba a desplomarse sin previo aviso una tarde de verano.

2 comentarios:

Esther Moreno Morillas dijo...

Me alegra mucho ver que vuelves a la carga con algún relatillo.
Como de costumbre me encanta como escribes y creo que amas al mar, pues siempre aparece en tus relatos :)
Sigue así, maravillando a los demás con tus palabras.
¡Que tengas un buen verano! aunque este llegando a su ocaso.

Esther Moreno Morillas dijo...

Gracias por el comentario.
Lo de la historia de Limbo... seguramente él ya tendría el sida, o quizás se lo hubiera contagiado él a ella, pero ella lo hizo como única forma de venganza que tenía hacía él.