24 de febrero de 2009

La Camarera de la Condesa III

Estaban las dos tumbadas en la amplia cama de pilares ensortijados de madera pintada en oro, los doseles blanquecinos caían y se mecían con la suave brisa que entraba desde la ventana entreabierta. Los rayos crepusculares del Sol bañaban los dos cuerpos enredados. El espejo les devolvía esa imagen idealizada.
Unos delicados y largos dedos acariciaban la suave piel de la nuca de Daniella, que escondía su rostro en el pálido cuello de la condesa. Cordelia sentía el aliento de ésta chocar contra su sensible piel. Estaban en silencio, solo oyendo sus respiraciones, cada una ensimismada en sus pensamientos. Al cabo de unos minutos la pregunta que rondaba por su cabeza y exprimía su corazón salió trémulamente de sus rojos labios…

- Me han llegado rumores y…- hubo un pequeño silencio- Te vas a casar ¿verdad?- su voz sonó angustiada y acusadora. Cordelia lo detectó y cesó su caricia, dejo caer su brazo sobre el mullido colchón y con la otra mano se frotó los ojos.
- Sabes que debo hacerlo- recalcó la palabra “debo”. Con un tono indiferente continuó- Me casaré el 20 de Septiembre con él.
Daniella suspiró trémulamente mientras separaba su cuerpo del de la joven condesa y se sentaba en la cama. Cordelia parecía inmutable, pero en su fuero interno odio la ausencia del calor del cuerpo hasta hace unos momentos enredado en el suyo y esperó paciente las palabras de la castaña.
- Dios me está castigando…- murmuró para ella, aun así la joven condesa escuchó sus palabras- ¿Por qué Cordelia?- preguntó enfrentado su mirada chocolate acuosa con la helada mirada de argente- ¡Dijiste que me amabas!- acusó.
- ¿Acaso lo dudas?- inquirió la platina, una vez sentada sobre la cama.
- ¡Por supuesto que lo dudo!- contestó enojada Daniella - Obviamente lo dudo ¡Vas a casarte con un hombre!
- Y ¿Qué quieres que haga?- bufó irritada y volvió la vista hacía la ventana- ¡Tengo que casarme por obligación, ¿sabes?! ¡Tengo que mantener mi linaje al precio que sea! pero ¿Qué va a entender una plebeya como tú de esto?
- Ah, ahora soy una plebeya, ¿no? La camarera y sirviente de la Condesa…- dijo muy dolida.
- No quería decir eso…
- ¡Claro que querías!- gritó la castaña tirando de la sábana para cubrirse el desnudo cuerpo. Las lágrimas se derramaban con libertad por sus sonrojadas mejillas.- Al fin y al cabo es lo que soy: La vasalla de la Condesa, una vasalla estúpida que se creyó las palabras de su señora y se enamoró de ella perdidamente.
Cordelia abrió la boca para decir algo.
-¡No me interrumpas!- cortó- Una vasalla que creyó que dentro de estas cuatro paredes éramos tan solo Daniella y Cordelia- sus palabras sonaron trémulas y un sollozo le impidió continuar.
- Daniella, yo…
- ¡No! ¡Tú te casarás, me olvidarás, tendrás unos preciosos hijos y Dios- se santiguó- te perdonará! Y ¿yo qué? ¿Sabes qué ocurrirá conmigo? Me quedaré aquí sola, no dejaré de amarte nunca y ¡acabaré en el infierno!- gritó y rompió en llanto- Tú ya no estarás a mi lado- sollozó, tapándose la cara con la sábana.
- Daniella - se acercó a ella y con una sonrisa tierna envolvió con sus brazos y la acercó a su pecho- Mírame bella- ordenó.

Vio reflejado el dolor en esos dos orbes chocolate acuosos en el instante que duró el contacto, ya que Daniella bajó los parpados nada más enfrentar la mirada argente. Cordelia limpió las lágrimas con su mano y acarició su mejilla enrojecida suave y lentamente.
- Daniella, mírame- instó de nuevo- Nada, ¿Me escuchas? Nada hará que me separe de ti. Ni siquiera un marido, al que nunca amaré. ¿Sabes por qué?
- ¿Por qué?- preguntó aun con la voz trémula, sabía cual era la respuesta pero necesitaba oírla.
- Por que mi corazón es solo tuyo.
Daniella sollozó y se refugió en el cuello de la joven platina, aun sin soltar la sábana que tapaba su cuerpo. Cordelia sintió las lágrimas mojar su hombro, cerró los ojos y abrazó con más fuerza a la mujer que tenía entre los brazos.
- Nos protegeremos mutuamente de los demonios- Daniella levantó la cabeza sorprendida y conectó su mirada chocolate con la plata fundida de su amada- Por que ninguna de las dos tenemos perdón de Dios…
Daniella sonrió contagiado su sonrisa a la otra joven, y lentamente unieron sus labios en un nuevo beso.

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