9 de febrero de 2009

La Camarera de la Condesa

Daniella corría por los suntuosos pasillos de la mansión intentando llegar lo más rápido posible a la habitación de su señora, la joven condesa Cordelia Immacolata Eleonora. Había sido llamada apresuradamente por una muy enfadada noble. Esto se lo hizo saber uno de sus compañeros de servidumbre con cara terriblemente pálida y ojos desenfocados por el miedo ya que cuando la Condesa se enojaba hacía temblar hasta a las mismísimas piedras…
“Y que nadie nos moleste” había susurrado envenenadamente la joven según su pobre amigo.
Llegó temblando, terriblemente asustada, frente a la puerta de su señora, tomando un poco de aliento y colocando su castaño cabello, hizo amago de tocar la puerta para que le fuese permitido su paso, antes de poder rozarla siquiera está se abrió y unas manos blancas salieron disparadas y enlazaron sus dedos tras el cuello de Daniella para un segundo después sentirse arrastrada al interior de la cámara y ser besada con pasión por unos húmedos y finos labios.

La joven camarera se sorprendió al principio pero pasados unos segundos devolvió con igual pasión el beso. Cuando ambas se quedaron sin aliento poco a poco se separaron y Daniella suspiro trémula, apoyando la cabeza sobre el hombro desnudo de la condesa se abrazo a ella aun temblando. Sin hablar ni soltar su agarre se separó desplazando las manos del fino cuello de la joven sirvienta hasta sus enarboladas mejillas, acariciándolas, le instó a abrir sus ojos chocolate y posarlos en los orbes plateados de la joven condesa. Ambas se contemplaron fijamente antes de volver a fundirse en un tierno beso. La noble condujo sus manos hasta la curva cintura de su amante y la apegó a su cuerpo, Daniella cruzó sus brazos tras el finísimo y enjoyado cuello de la noble, apretándose más contra ella. Sin romper el beso, delicadamente los dedos largos de la condesa empezaron ha descordar el corpiño de su compañera, al desabrocharlo del todo lo deslizó por los hombros de la castaña, que no se había movido, dejándose hacer, tal y como le gustaba a su señora. Desplazando su beso hasta la mandíbula y cuello de la camarera, dejando su boca libre para soltar pequeños suspiros, acarició la piel bajo la camisa blanca deslizándola hasta que acompañó al corpiño en el suelo. Bajaron sus dedos haciendo un recorrido de los omóplatos hasta la cintura que acarició unos segundos para desabrochar las múltiples faldas que se deslizaron por sus piernas quedándose en pololos. Subió sus manos hasta los pequeños pechos de la castaña, arrancándole un gemido:

- Cordelia…-suspiró contra los labios de la mencionada.

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