Su despedida fue tan pasional como amarga. Llena de amor y tristeza por la gran distancia que los separaría y el largo tiempo en el que no se verían.
Escapándose del palacio donde residía, escondida tras capas de telas ricas y lujosas, agazapada entre las sombras llegó a una pequeña alquería cerca del mar, a

Se desprendió de las pesadas telas que cubrían su cuerpo revelando una figura curvilínea y morena ataviada con suaves gasas y sedas engarzadas con pequeñas piedras esmeraldas y cristales, su sedoso y ébano cabello cayó ondulado sobre sus desnudos hombros. Empezó lenta y sensual su baile. Sin música, el silencio rotó por la respiración del hombre mozárabe que al ver como empezaba a mover sensual las caderas se le aceleró el corazón y el rubor acudió a su pálida tez y sus ojos azules no se perdieron ningún movimiento. La joven, cerrados los ojos dejó que su cuerpo grácil se moviese cual caña empujada por el viento, se sintió mecida y querida, sabiendo que toda la atención del hombre estaba posada en ella. Empezó el canto, un canto triste en árabe, que el entendió y el corazón también se le encogió, aún estando embelesado por su movimiento. El canto le acarició como si fueran las tersas manos de su amada, dulce, triste, amargo pero a la vez sensual, esperanzado. Los movimiento se hicieron más bruscos y rápidos el canto cesó y entre lágrimas la joven abrió los negros ojos y vio reflejados en los de su amado tanto amor y deseo que abrumada se acercó a él entre movimientos, agachándose le susurró al oído que la hiciese suya.
Y esa noche fue suya. Bailaron los dos desnudos en cuerpo y ánima sobre los cojines de la pequeña alquería frente al mediterráneo, amparados bajo la luz de una brillante luna valenciana. Entregándose él uno al otro.
Estos recuerdos parecían muy lejanos, hacía meses que esperaba cada noche sentada en el mismo muelle la llegada del barco mercante lleno de plata y oro, con su amado en el barco. La luna y el mar habían sido testigos las dos de las lágrimas que se habían confundido con el salado líquido, de sus suspiros arrastrados por la brisa marina, de sus terribles sentimientos de esperanza mezclada con angustia que iba aumentando alentada por las vagas noticias de su regreso.
Éste vagar sin descanso ni reposo se había convertido en una rutina, de mañana hasta la víspera de

Y así, un día tras otro esperó el regreso de su amado, deshojando violetas, vertiendo lágrimas saladas, y dejando escapar suspiros que se los llevaba la brisa del mar. Triste, pero ciegamente esperanzada por el gran y sincero amor que la ligaba con ese hombre de mirada color cielo y cabellos como el oro con el que comerciaba, espero y los inviernos, primaveras, veranos y otoños pasaron.
Aún siendo bella y joven cuando el mar deshojó la última violeta y su aliento escapó con el viento de poniente llevándolo lejos a donde fuera que estuviese su amado. Su cuerpo y ánima descanso al fin inerte y relajado cuando los frágiles rayos del sol alumbraron su morena tez y sus ropajes lujosos y oscuros envolviendo su cuerpo.
Así descanso Badriyyah cuando el Mediterráneo deshojó la última violeta que en sus cálidas manos se halló.
***
Inspirada una vez más en la hermosa y embriagante música mediterránea de "L’Ham de Foc", esta vez en una de sus más tristes y preciosas canciones: “Una lluna d’Algeps”.